Dedicado
a Juan de Dios, por su libertad y la de todos los presos oaxaqueños.
Fueron
19 días de caminata, siguiendo las carreteras que cortan el
paisaje mexicano desde la costa oaxaqueña hasta la capital
del país. Cientos de oaxaqueñas y oaxaqueños
que avanzaban sobre el asfalto caliente, y dormían a la orilla
del camino por la noche.
Era
la Marcha-Caminata por la Dignidad de los Pueblos de Oaxaca, en la
que participaron 400 delegaciones del magisterio de ese estado, miembros
de la APPO y de otras organizaciones.
¿Qué
impulsa a un grupo de personas a caminar 480 kilómetros? Tal
vez la esperanza de saber que su esfuerzo podía culminar con
la caída del asesino, Ulises Ruiz, tal vez en parte las muestras
de solidaridad que fueron encontrando en el camino.
Hubo
trayectos solitarios que eran acompañados por el esporádico
apoyo con claxon de un automovilista que se cruzaba en su camino carretero,
pero también hubo momentos de fiesta, de emoción. La
Marcha-Caminata debió haber dejado un recuerdo indeleble en
los habitantes de los 25 pueblos que atravesaron antes de llegar al
corazón del país.
Conforme
se acercaban al D.F., el cansancio se hacía visible, se reflejaba
en los rostros requemados por el sol, se palpaba en las ropas desgastadas
y en los zapatos destrozados. Pero ni el cansancio de los rostros
ni el estado del calzado, correspondían al ánimo de
las y los marchistas. El espíritu combativo, la convicción
de que su causa es justa y legítima, se respiraba en el ambiente
que rodeaba a la plaza de San Miguel Teotongo, en Iztapalapa, en donde
rodeados de solidaridad se daban un respiro para reanudar la caminata
ese 18 de octubre de 2006.
Seguir
el camino, aguantar, echar consignas en contra del asesino, recibir
los aplausos de quienes alían de sus casas a presenciar el
testimonio de la dignidad de un pueblo. Y así atravesó
la marcha el puente de Zaragoza para entrar a la octava región
de Oaxaca: Ciudad Nezahuealcóyotl.
El
recibimiento que dieron las y los paisanos a los marchistas es indescriptible:
de pronto la calle se convirtió en el escenario de la fiesta,
con banda, pancartas, consignas, abrazos, y eso sí, mucha comida.
No
faltaron los grupos que aprovecharon para reivindicar a López
Obrador -señor poderoso ajeno al sufrimiento de este pueblo
oaxaqueño- para llevar sus banderas amarillas y mantas mandadas
hacer sobre pedido con apoyo del erario público, contraste
con cartulinas blancas pintadas con plumones de colores, sostenidas
por mujeres que gritaban emocionadas "¡no están
solos!", o que simplemente alzaban el puño izquierdo en
solidaridad con la lucha.
Y
así fue la entrada a Ciudad Neza, entre los aplausos y las
muestras de apoyo, de quienes compartían el coraje de saber
que Ulises Ruiz seguía - y sigue- impune. En una farmacia,
la encargada de despechar los medicamentes similares, comentaba emocionada
"Yo soy de Oaxaca, y estoy esperando para ver si vienen mis maestros
de la primaria…".
Como
siempre, la ciudad de México les dio la bienvenida con su muy
particular estilo, con su desfile de personajes contradictorios. Atravesaron
la Merced, ante la indiferencia de algunos y el asombro de otros.
Bajo las miradas de las sexoservidoras, esa a las que ya no sorprende
nada.
Y
de pronto, el fondo apareció la gran bandera manchada por el
smog capitalino, y atrás, el viejo edificio de la catedral.
Algunas maestras preguntaban a los chilangos que íbamos acompañando
los contingentes si ya había llegado, los rostros cambiaron
la tensa expresión por otra que reflejaba emoción de
haber concluido un largo camino.
Para
los ojos que han visto cientos de contingentes tomar la plancha del
Zócalo, la escena fue nueva, esta vez entraban en filas, cantando
Venceremos, entre aplausos, y también entre lágrimas.
Después
del mitin, de la emoción, con los pies hinchados pero con el
alma intacta se instaló el campamento compuesto por carpas
improvisadas, armadas por mujeres y hombres tan generosos que decidieron
compartir con los capitalinos un poquito de su gran dignidad, de esa
que a ellos les sobra de la que Ulises Ruiz nada conoce.
Así
concluyó un capítulo entrañable de la batalla
que ha librado Oaxaca. Otro se abría, con miles de historias
que merecen ser contadas, no sólo por quienes prestamos nuestros
ojos como testigos, más aún, por quienes tuvieron el
valor de protagonizarlas.
No
cabe duda, es un pueblo sabio, forjador en la lucha. Y por ahí
algún escrito dijo: Si hay una lucha que merece ser ganada,
esa es la de Oaxaca.