El modo de producción capitalista constriñe las capacidades
creativas de los seres humanos, sin embargo, éste busca siempre
un modo de rebelarse contra la opresión, un modo de reafirmarse
a sí mismo. A través de las artes plásticas
hombres y mujeres han librado una lucha emancipadora contra la mercantilización,
cosificación y enajenación del capitalismo.
Esto se hace
patente en la creciente desenajenación de la creatividad
estética en el arte moderno y contemporáneo. Analizaremos
dicha desenajenación siguiendo dos hilos conductores: a)
una creciente reapropiación de la sensibilidad artística;
y b) el aprovechamiento de esa reapropiación para reflexionar
libremente sobre las relaciones y acciones sociales.
Veremos, en
la primera parte del trabajo, tres momentos sucesivos en la reapropiación
de la sensibilidad artística: primero, frente a los objetos
representados; luego frente a las artes oficiales; y finalmente,
frente a los objetos creados. En la segunda parte, trataremos de
interpretar el modo en que la recién reapropiada sensibilidad
artística es aprovechada para realizar una crítica
feroz de lo existente y una reflexión sobre el conflicto
entre la creatividad y la opresión. La tercera parte es una
reflexión, siempre en el marco de la lucha por la emancipación
ante la enajenación capitalista, sobre los retos de la acción
plástica en México.
Reapropiación
de la sensibilidad artística
En la Europa de finales del siglo XIX se hacían cada vez
más patentes las contradicciones de la sociedad moderna.
La división entre propietarios y desposeídos, y la
opresión de éstos últimos, desacreditaban el
sólido bloque político-cultural del liberalismo. La
cultura burguesa, otrora rebosante de vitalidad e ímpetu
revolucionario, se había estancado en una inercia conformista,
repetitiva y, en el fondo, reaccionaria. La humillación de
ver a los seres humanos reducidos a calidad de instrumento y su
creatividad enajenada dentro de la producción mecanizada
y mercantilizada, era una experiencia desoladora para todo espíritu
sensible y crítico.
Reapropiación
frente a los objetos representados
Los artistas más críticos y sensibles a su realidad
social no encontraban canales de expresión dentro de las
convenciones artísticas del siglo XIX, pues en ellas se imponía
la representación mimética naturalista, un estilo
perezoso y estéril, que, como decía Van Gogh, se limitaba
a pintar un montón de detalles como prados y nubes.(1) Este
tipo de arte ahogaba la creatividad de los artistas.
Para
rebelarse contra ese academicismo varios artistas buscaron liberar
la forma del contenido, o de los objetos representados, es decir,
buscaron la libertad de la creatividad estética frente a
una realidad exterior alienada. Un cuadro, afirmaba Matrice Denis,
"[…] -antes que un caballo, una mujer desnuda o cualquier
otra anécdota- es esencialmente una superficie plana cubierta
de colores organizados en cierto orden."(2) Vemos una rebelión
contra la fetichización en el arte, contra la instrumentalización
de las creaciones estéticas como meros sustitutos de la naturaleza,
una rebelión frente a los gustos decorativos, melancólicos
y de simulación que predominaban entre la burguesía
decimonónica.
Color,
línea, superficie, textura, volumen, conjunto, estructura,
todos estos elementos formales fueron material de exploración
de los artistas vanguardistas. Cada uno de ellos cobró independencia
frente a los demás y frente a los objetos representados,
de construyendo el objetivismo de la época. El expresionismo,
el fauvismo y el puntillismo liberaron al color y exhibieron su
fuerza expresiva: "El color expresa algo por sí mismo",
diría Van Gogh.(3) El cubismo buscó liberar el conjunto
de la imagen respecto al orden estático de sus partes, rompiendo
con la tradición de la perspectiva óptica. En algunos
poemas dadaístas de Tristan Tzara, al igual que en el constructivismo
ruso, encontramos que lo importante es la estructura y no las partes
o su significado. Otros artistas, como Jackson Pollock, encuentran
en los materiales y en su textura la clave para conseguir la emancipación
de la sensibilidad artística.
Sin
embargo, este movimiento liberador de la experiencia artística
por medio de la independencia de los distintos elementos formales
encuentra un límite natural cuando se alcanza un conjunto
finito de elementos y reglas combinatorias básicos.4 Siempre
hay un límite en la deconstrucción que se puede alcanzar
en un lienzo con pintura, en un trozo de arcilla o en cualquier
arte institucionalizado, definido por el uso de un material específico:
pintura de caballete, escultura académica, por ejemplo. En
este momento extremo, alcanzado a principios del siglo XX, incluso
se llegó a hablar del fin del arte.(5)
Reapropiación
frente a las prácticas oficiales
Una vez conquistado el libre uso de los distintos elementos formales
con independencia del discurso mimético naturalista, nada
impidió que se empezaran a encontrar esos mismos elementos
formales, ya no en las obras de arte oficiales, sino en todas partes.
Durante la primera posguerra, los colores, las líneas, las
superficies, las texturas, los volúmenes, los conjuntos y
las estructuras estéticas fueron encontrados en una gran
variedad de objetos cotidianos. Los dadaístas llevaban todo
tipo de objetos e imágenes a sus celebres collages;
Picasso identificó en las piezas de una sencilla bicicleta
la forma de una estética cabeza de toro, y Duchamp exhibe
en Nueva York su ready-made más famoso, un mingitorio.
La emancipación
de la creatividad estética avanzó un paso importante
al liberarse de las artes oficiales. Pero la lucha no se detenía
ahí. Una nueva sensación de haber alcanzado el límite
agobiaba a los artistas, forzando a varios, por ejemplo Duchamp,
a retirarse del arte.
Reapropiación
frente al objeto creado
El nuevo tirano era, paradójicamente, el eterno compañero
del artista: el objeto creado. El carácter cerrado, concluido
y estático del objeto artístico aludía una
imagen del mundo de iguales características. Imagen, que
no podían consentir los espíritus creativos. Además,
un objeto es susceptible de ser comercializado, y, de este modo,
enajenado del creador y del receptor. La creciente mercantilización
de las obras de arte contrariaba el anhelo de emanciparse de la
cosificación y de las relaciones capitalistas.
Durante la
segunda posguerra, un nuevo tipo de arte buscó reapropiarse
de la creatividad estética buscando una experiencia estética
activa. El papel del espectador dejaría de limitarse a la
contemplación pasiva de un objeto alienado y pasaría
a ser el de la interacción con el entorno. El artista y el
espectador se confunden en una acción doblemente transformadora,
del entorno y del sujeto.
La inmovilidad
del objeto fue suplantada por el caos en explosiones multidimensionales
de expresión artística. En 1952 John Cage montó
el espectáculo Untitled Event en el que fusionó cinco
artes distintas dejando que el azar y la indeterminación,
además de la imaginación de cada espectador, formaran
el discurso de conjunto.
Pero
más significativo para nuestra historia resulta 18 happenings
en 6 partes de Allan Kaprow en 1959. En esta intervención
multitudinaria y caótica del público en una obra de
arte, se consolidan las tres tendencias que hemos venido señalando:
reapropiación de la creatividad estética frente al
mundo exterior, reapropiación frente al arte oficial y reapropiación
frente a los objetos creados. Con la aparición del happening,
se adquirió plena autonomía de la sensibilidad artística
y se hizo patente su potencial eclosión en cualquier objeto,
lugar o situación.
Distinguir
arte de no arte, artista de no artista, crear instituciones y especialidades,
se volvió superfluo para un tipo de experiencia que, ahora
se sabe, cualquier persona puede tener en cualquier momento. El
manifiesto del grupo Fluxus, de George Maciunas, ilustra elocuentemente
este hecho: "Abjuramos de la distinción entre arte y
no arte, de la indispensabilidad, exclusividad, individualidad y
ambición del artista, de toda pretensión de significado,
variedad, inspiración, oficio, complejidad, profundidad,
grandeza e institucionalidad. Luchamos por las cualidades no estructurales,
no teatrales e impersonales de un evento simple y natural, de un
objeto, un juego, un gag."(6)
El
arte como medio de reflexión y crítica
Hemos visto cómo los artistas plásticos críticos
fueron reapropiándose de su creatividad estética a
través de tres momentos: primero, adjudicándose el
libre uso de los elementos formales, de los colores sobre un lienzo,
por ejemplo, sin tener que rendir pleitesía a los objetos
externos; segundo, arrebatando esos mismos elementos formales de
las artes oficiales, extrayendo la intensidad de la pintura, por
ejemplo, del lienzo sobre un caballete para plasmarla en muros y
objetos cotidianos; y tercero, reapropiándose de la experiencia
estética como el momento de la acción y no el de la
contemplación, reservando el calificativo de artístico
para su acción transformadora, más que para el objeto
creado.
Pero
debe creerse que la reapropiación de la creatividad estética
se limitó a innovaciones y descomposiciones meramente formales.
Desde su origen estas innovaciones fueron acompañadas por
su aprovechamiento para realizar una crítica de lo existente.
Van Gogh escribió: "No conozco mejor definición
de la palabra arte que ésta: El arte es el hombre añadido
a la naturaleza. La naturaleza, la realidad, la verdad, pero
con un significado, con una concepción, con un carácter
que el artista hace salir y a los que da expresión."(7)
De qué otro modo interpretar El grito de Munch,
el futurismo, el constructivismo, el surrealismo y, desde luego,
Guernica de Picasso. Una vez liberada la creatividad estética
de la imitación de la realidad, de la institucionalización
de las artes y de la alienación de los objeto creados, los
artistas buscaron utilizar su recién reapropiada expresividad
para manifestar su visión del mundo, sus enojos y sus anhelos.
Los sesentas
y setentas fueron tiempos de grandes agitaciones sociales acompañadas
de auténticas revoluciones culturales. Los movimientos estudiantiles
del 68, el feminismo y las luchas revolucionarias hicieron honor
del poder de la imaginación y de su papel en la vida social
y política. El arte tuvo en estas décadas un importante
papel que se reflejó en la proliferación de sus manifestaciones
y en la radicalidad y energía de su crítica social.
El
cuerpo humano como tema, instrumento y material de la acción
plástica
El happening, aunque estimulante, no realizaba una reflexión
o crítica de la realidad, sino que ofrecía tan sólo
una fuga de ella. El happening producía situaciones
extravagantes con las cuales difícilmente podían identificarse
los asistentes, quienes seguían viviendo en una sociedad
estructurada y opresora. No era el producto espontáneo de
los participantes, sino un caos artificialmente creado que, más
bien, bloqueaba intencional y forzadamente toda producción
de sentido. No expresaba nada. Sin embargo su valor histórico
reside en haber terminado de desbaratar los paradigmas del arte
burgués, estableciendo las condiciones para una desenajenación
de la creatividad estética. Del happening se pasó
al arte corporal y a la acción plástica.
El cuerpo humano
es el lugar donde se encuentra y fusiona el artista con su entorno
natural y social. El cuerpo es sujeto y objeto al mismo tiempo;
y es, por ello, el tema, el instrumento y el material de al acción
plástica. Al explorar y transformar su propio cuerpo, el
artista reflexiona sobre la relación del ser humano con su
mundo.
La acción
plástica busca una nueva relación entre el artista
y el mundo. Ya no se trata de producir objetos alienados que pretendan
imitar fielmente una realidad externa e inamovible. Ahora, acciones
plásticas que intervienen el entorno expresan los conflictos
en los que viven todas las personas. La no objetualidad de este
arte refleja la no objetualidad de las relaciones humanas y enarbola
el hecho de que pueden ser diferentes. El espacio y los materiales
de la acción plástica están abiertos hacia
el mundo y se funden con él, expresando la apertura del mundo
real a nuevas posibilidades y la unidad entre el individuo, la sociedad,
la naturaleza y la historia.
Esta apertura
hacia el mundo no es el caos artificialmente creado del happening;
es el descubrimiento, por medio de la acción real, de las
relaciones sociales que efectivamente estructuran nuestras vidas.
La acción plástica no carece de trama narrativa, como
sí lo carece el happening, sino que su narración está
deliberadamente inconclusa invitando al espectador a escribir el
final con su propia intervención en el mundo.
El
cuerpo humano como campo de batalla entre la creatividad y la opresión
En la acción plástica, el cuerpo humano puede ser
visto como el campo de batalla entre las fuerzas creativas del ser
humano y los mecanismos opresores del sistema social. El cuerpo
se encuentra, en la mayoría de los casos, cruzado por ambas
fuerzas en conflicto, aunque algunas veces represente más
la vitalidad y otras veces, la opresión.
Así,
por ejemplo, Otto Mühl y Hermann Nitsch, artistas plásticos
de Viena, identificaban en el rostro y en la piel a las instituciones
e imposiciones culturales que oprimen al ser humano. Razón
por la cual los arremetían con todo su odio: "Me golpeo,
doy patadas, abofeteo la cara, me azoto, muerdo, mojo el cuerpo"(8),
pero encontraban en las sustancias del interior, en los fluidos,
en la sangre, las vísceras, las heces, la carne, la belleza
de la libertad y la creación.
Para
Günter Brus y Marina Abramovic, al contrario, todo el cuerpo
era acción opresora y falsa identidad moderna. Sólo
había libertad en el espíritu. Por eso, estos artistas
vieneses torturaban y mutilaban sus cuerpos, incluso en su interior,
introduciendo un alambre de espino, "para cortar el nervio"(9),
o comiendo un kilo de miel y bebiendo un litro de vino. Según
su entender, la liberación se alcanzaba al triunfar el poder
de la mente sobre el cuerpo. Si lograban evitar la locura, conseguían
"una solución confortable del conflicto."(10)
En
cambio, para Rudolf Schwarz kogler y Chris Burden, el cuerpo es
la fuerza vital y creativa del ser humano, pero se encuentra oprimido
y reducido por la tecnología y los aparatos que representan
el orden social. Schwarzkogler lo simbolizaba arrastrándose
por el suelo inmovilizado, cegado y ensordecido por vendas y aparatos
médicos. Y Burden lo hacía sufriendo cortos circuitos
sobre la piel y crucificándose sobre la cajuela de un automóvil.(11)
El
conflicto entre la creatividad y el sistema social tuvo, también,
otros modos menos trágicos de ser imaginado. Un ejemplo,
muy opuesto a los de Burden y Schwarzkogler, fue el del estadounidense
Jim Dine en su acción plástica El obrero sonriente.
Su vestimenta y sus instrumentos de pintor eran una extensión
de su ser, de su vitalidad y libertad. En un ambiente carnavalesco,
el sonriente pintor de brocha gorda se expresaba por todas partes.
Se encontraba en su casa, en su mundo apropiado, donde se realizaba
y reafirmaba. Bebiendo la pintura de los botes se reapropiaba de
sus instrumentos de trabajo. Escribía en las paredes que
amaba lo que hacía. Finalmente, sabiéndose dueño
de su obra, rompe el cuadro que había pintado.(12) El contraste
con el obrero enajenado, mecanizado, deshumanizado -nada dueño
de sus instrumentos y de su obra-, en la sociedad capitalista, era
tan patente como significativo.
Sterlac
también tenía su propia manera de entender esta contradicción.
Suspendido en el aire por medio de una tortuosa trama de cables
e hilos eléctricos, este artista representaba la condición
humana. Nuestra vida está completamente inmersa en la tecnología,
la cual ha estado siempre-ya-ahí. El cuerpo suspendido de
Sterlac no tenía más origen que su relación
simbiótica con la tecnología. Su visión del
conflicto era tratar de superarlo metamorfoseándose con la
tecnología, consiguiendo, así, la liberación:
"La estrategia sería vaciar, endurecer y deshidratar
el cuerpo. Los medios extraterrestres amplifican la obsolescencia
del cuerpo, intensificando las presiones para su modificación.
La solución para rediseñar radicalmente el cuerpo
no yace en su estructura interna, sino en un cambio de piel."(13)
La
acción plástica en el cine
El arte de acción plástica ha tenido algunas influencias
visibles en el cine. Tal es el caso de la película Crash,
escrita y dirigida por David Cronenberg y basada en una novela de
J. G. Ballard.(14) En ella se explora con fascinación la
fragilidad del cuerpo humano. En esta película los cuerpos
se encuentran inmersos en las tecnologías automotriz y médica.
Las marcas, aperturas en la piel y sangrados representan aperturas
por donde se manifiesta la esencia humana existente debajo de la
artificialidad social. Para los personajes de la historia, tener
accidentes automovilísticos resulta un incitador de fuerzas
vitales y de excitación sexual. El automóvil, normalmente
un opresor del cuerpo, es reapropiado transgresoramente como extensión
de la vitalidad humana, sólo al precio de correr el riesgo
de la muerte. Cuerpo y máquina chocan violentamente probando
sus límites y fuerzas, y causando un extraño placer.
Éste no proviene de ninguna conquista de la libertad o del
equilibrio, sino del placer por el choque mismo.
Conclusión
La acción plástica es una etapa avanzada de un largo
proceso de reapropiación de la creatividad estética.
Este proceso se remonta a finales del siglo XIX, cuando los pintores
impresionistas le robaban al mundo exterior sus colores, cual provincias
de libertad arrancadas al reino de la necesidad.
Al reapropiarse
de su sensibilidad artística, el artista descubrió
que la experiencia estética reside en la acción y
no en la contemplación. Que el placer proviene de la transformación.
Que la vida es praxis y no hay mejor manera de representarla que
mediante la praxis misma.
La acción
como materia de la exploración plástica es por definición
una acción libre, expresión e instrumento de hombres
y mujeres que luchan por emancipar-se. En la acción plástica
ellos reflexionan sobre la existencia humana, sobre sus conflictos
profundos y el modo de superarlos. La acción plástica
es también parte de esa existencia, es parte de los conflictos
y de la solución.
(1)
Expresión utilizada por Van Gogh para comparar la norma de
su época con la expresividad de Daumier. Mario De Micheli.
Las vanguardias artísticas del siglo XX. Alianza, Madrid, 1992.
(2) Sánchez Vázquez. Invitación a la estética.
Grijalbo, México, 1992.
(3) Mario De Micheli. Las vanguardias artísticas del siglo
XX. Alianza, Madrid, 1992.
(4) Marchán Fiz. La estética en la cultura moderna.
Alianza, Madrid, 1987.
(5) Danto, Arthur C. Después del fin del arte. Paidós,
Barcelona, 1999.
(6) Glusberg, Jorge. El arte de la performance.
Gaglione, Buenos Aires, 1986.
(7) Mario De Micheli. Las vanguardias artísticas del siglo
XX. Alianza, Madrid, 1992.
(8) Solans, Piedad. Accionismo vienés. Nerea, Madrid, 2000.
(9) Ibid.
(10)
Ibid.
(11) Aznar Almazán Sagrario. El arte de acción. Nerea,
Madrid, 2000.
(12) Ibid.
(13) Ibid.
(14) J. G. Ballard. Crash. Minotauro, 1973.
Referencias:
Mario De Micheli. Las vanguardias artísticas del siglo XX.
Alianza, Madrid, 1992.
Sánchez Vázquez. Invitación a la estética.
Grijalbo. México, 1992.
Marchán Fiz. La estética en la cultura moderna. Alianza,
Madrid, 1987.
Danto, Arthur C. Después del fin del arte: El arte contemporáneo
y el linde de la historia. Paidos, Barcelona, 1999.
Glusberg, Jorge. El arte de la performance. Gaglione, Buenos Aires,
1986.
Solans, Piedad. Accionismo vienés. Nerea, Madrid, 2000.
Aznar Almazán Sagrario. El arte de acción. Nerea,
Madrid, 2000.
Martel Richard. "Performances, mexicanidad, universalismo".
Prieto Antonio. "Pánico, performance y política:
cuatro décadas de acción no-objetual en México",
en Conjunto núm. 121, abril-junio 2001.