Con
motivo de los movimientos nacionalistas que están recorriendo
el Continente, las reivindicaciones y consignas de carácter
democrático se han puesto a la orden del día.
El hecho es
por demás digno de atención, no sólo porque
evidencia la desconexión de las sectas ultraizquierdistas
con la realidad social y la utilidad de las consignas democráticas,
reduciendo toda la lucha política a declamaciones sobre el
"gobierno obrero y popular", sino también porque
el tema ha suscitado agudas y justificadas discusiones entre los
revolucionarios marxistas.
Las reivindicaciones
y consignas democráticas, lejos de ser obsoletas y perder
vigencia a causa de la crisis del sistema y los avances de las masas,
han ganado un espacio mayor en la sociedad y en la conciencia de
muy amplios sectores de la población latinoamericana. Por
eso ocupan un primerísimo espacio en los programas de los
caudillos políticos, tanto los burgueses tradicionales como
los populistas y nacionalistas.
No discutiremos
aquí con las sectas dedicadas a competir entre sí
con consignas "de máxima" para disputarse sus propios
adeptos entre la vanguardia ideologizada, presentándose ante
ella como guardianes ortodoxos del "principismo". A ellos
le dejamos ese protagonismo fuera del tiempo y del espacio social
por considerarlo hoy más estéril que nunca, y nos
limitaremos a aportar nuestro punto de vista con el fin de entendernos
mejor con los revolucionarios que están volcados a participar
en las luchas reales con la clase trabajadora.
Todos recordamos
las memorables discusiones que realizó el movimiento trotskista
en torno a las reivindicaciones y consignas democráticas.
De esas discusiones surgieron aportes que enriquecieron la comprensión
teórica y la práctica militante en el marco de los
principios marxistas.
Uno de esos
aportes tuvo lugar cuando el movimiento de masas tomó la
forma de peligrosa insurgencia y obligó a los estrategas
del imperialismo a responderle de manera distinta a la habitual,
es decir, que no fuera desembarcando marines sino embanderándose
preventivamente con las reivindicaciones formales de la democracia.
El objetivo era el mismo: someter a las masas a su control canalizando
sus protestas y rebeldías por el cauce jurídico e
institucional del sistema.
Esta táctica
democratista del imperialismo era tanto más original y defensiva
cuanto que, además de responder al peligro de las masas insurgentes,
se protegía ante la amenaza desestabilizadora de dictaduras
militares o gobiernos bonapartistas que le resultarían incontrolables.
Nació
así lo que Nahuel Moreno llamó la política
imperialista de "reacción democrática",
que no era sino una nueva forma de dominación del gobierno
de EE.UU. en los países de su patio trasero. Fue así
que Jimmy Carter y su misionera ad hoc, Patricia Derian, desembarcaron
en las costas del subcontinente enarbolando la bandera de los derechos
humanos.
Los progresistas
de la pequeña burguesía se sintieron conmovidos por
el giro humanístico del imperialismo y rápidamente
le capitularon. Saliéndole al cruce a esa capitulación,
Nahuel Moreno utilizó una expresión que, aunque polémica
y en sí misma paradójica, dio lugar a que a sus propios
herederos del MAS (1) la utilizaran para ignorar o descalificar
muchas luchas populares de entonces, argumentando que por su carácter
democrático respondían a intereses del imperialismo.
Con la mira puesta en los "Octubres a la vuelta de la esquina"
adujeron que las consignas democráticas habían quedado
superadas por la lucha de clases.
La expresión
"reacción democrática", usada para denunciar
a la diplomacia yanqui en un esfuerzo para no quedar descolocada
y sin libreto ante los procesos de descontento político y
social que desestabilizaban el sistema burgués trabajosamente
urdido por la OEA y la Alianza para el Progreso, quedó transformada
por los epígonos en una premisa teórica del trotskismo,
al mismo nivel que la teoría de la Revolución Permanente.
Pero las desviaciones
a que dio lugar el mal uso de la expresión "reacción
democrática" fue combatida internamente y las demandas
democráticas se mantuvieron en el programa del MAS, no sin
duras polémicas de su Dirección con militantes que,
como nosotros, fueron acusados de "infiltrar" las consignas
de la democracia burguesa en las filas de la revolución.
Los textos
que hicimos circular al respecto nos eximen ahora de volver sobre
la cuestión. Pero la realidad actual, con la irrupción
de los movimientos nacionalistas que recorren el continente y hacen
centro en Venezuela, Bolivia y Ecuador, nos autorizan a profundizar
el tema de las consignas democráticas, ya que una de ellas,
quizá la más conflictiva y difícil de instrumentar,
ha sido puesta nuevamente en el tapete. Nos referimos a la Asamblea
Constituyente lanzada e impuesta por Chávez, Evo Morales
y quizá también por el presidente Correa en Ecuador,
también embanderado con el movimiento nacionalista y aupado
por las masas que enfrentan al sistema.
Como lo hemos
reafirmado muchas veces, la Asamblea Constituyente no tiene nada
de socialista. Pero no necesita tenerlo para cumplir una función
revolucionaria (2).
La cuestión
es si ahora cumple o no una función progresiva, no en abstracto
fuera del tiempo y del espacio, sino en Venezuela, Bolivia y Ecuador
para organizar, movilizar y hacer participar a las masas de manera
independiente respecto a las instituciones del régimen.
Venezuela y
Bolivia de-muestran que la Asamblea Constituyente, lejos de ser
una respuesta política obsoleta o un residuo agotado de las
"revoluciones democráticas de febrero", mantiene
toda su vigencia de la mano de políticos populistas que se
esfuerzan por conquistar el liderazgo de masas, más allá
de nuestra convicción de que sólo quieren sustentar
ese liderazgo sobre bases jurídicas para presentarlo de una
manera más democrática. Que esto ocurra todavía
hoy, en el siglo XXI, demuestra que las necesidades y sentimientos
democráticos siguen profundamente arraigados en la conciencia
de las masas, a pesar de merecer el desprecio de los eternos "principistas"
de la ultra izquierda con el argumento, en parte verdadero, de que
la consigna de Asamblea Constituyente es una consigna de la democracia
burguesa.
Para nosotros
no se trata de inventar una realidad o proponer un molde determinado
para servir mejor a nuestros objetivos programáticos, sino
de reconocer esa realidad y el estado de conciencia tal cual se
presentan ante nuestros ojos, para poder orientarlos hacia una salida
revolucionaria.
Desde nuestro
punto de vista, de lo que se trata, con o sin Asambleas Constituyentes,
es de utilizar las herramientas o tácticas políticas
más adecuadas para conquistar el liderazgo de las masas y
consolidar ese liderazgo lo más institucionalmente que sea
posible ante el conjunto de la población que, mayoritariamente,
no ha accedido todavía a los principios del socialismo.
Chávez,
Morales y Correa descubrieron el valor de esta consigna como herramienta
de captación popular para sus propios fines. Lástima
que muchos trotskistas la subestiman a pesar de que Trotsky, alguien
con experiencia en el tema, la expuso claramente en el Programa
de Transición de la IV Internacional.
Pareciera que
proponerle a las masas obreras y populares a que decidan por sí
mismas qué tipo de país quieren, fuera sólo
un anticuado privilegio de la burguesía habida cuenta que
ya no existen, al menos formalmente, los príncipes y señores
feudales.
En principio,
cualquier consigna puede generar un proceso revolucionario, dado
que ninguna nace con un signo genético de clase predeterminado
para siempre. Si así fuera, los bolcheviques de 1917 no habrían
podido utilizarla para acaudillar a las masas hasta transformar
"revoluciones democráticas de febrero" en octubres
victoriosos.
La mala utilización
que algunos de sus discípulos hicieron de la expresión
"reacción democrática" no es culpa de Nahuel
Moreno, ni la lucha de clases discurre por cauces determinados por
la genética, sino por factores sociales que ella misma va
disponiendo. El problema reside en saber distinguir esos factores
y orientarlos en un sentido o en otro.
En el caso
de Venezuela, Bolivia y posiblemente Ecuador, las Asambleas Constituyentes
no son fruto de una organización y movilización independiente
de las masas ni de sus órganos propios de poder alternativo,
sino de los propios representantes del régimen ya instituido,
y es razonable pensar que sólo buscan mantenerse como administradores
del sistema sin cambiar la naturaleza de clase del Estado.
No existen
en estos países partidos socialistas con influencia de masas,
ni las masas están orientadas ideológicamente por
partidos socialistas.
La ausencia
de esos factores hace más inédito y peculiar la irrupción
del nacionalismo "bolivariano" y determinan las funciones
actuales de las Asambleas Constituyentes convocadas por Chávez
y Morales. Esa diferencia es la que obliga a los revolucionarios
a ser profunda-mente críticos ante ellos y dotarse de un
programa de consignas transicionales para presentarles una alternativa
distinta a los trabajadores, con el fin de superar las limitaciones
de clase del nacionalismo burgués y populista.
Convencidos
de esa alternativa, ratificamos una vez más "la hora
del trotskismo", que no es el descubrimiento teórico
de una nueva "etapa" como las que han querido patentar
en el pasado los clasificadores de manual del proceso de la lucha
de clases en el devenir de la historia.
Sólo
es una hora que hay que aprovechar para insertarse y participar
en todas las luchas, porque es ahí por donde pasa la posibilidad
histórica de conquistar el liderazgo necesario para conducirlas
hacia la revolución socialista.
Buenos
Aires, 15 de febrero de 2007.
(1)
MAS. Movimiento Al Socialismo. Partido creado por Nahuel Moreno
en Argentina en 1982, para responder al proceso revolucionario abierto
por la caída de la dictadura argentina. En 1990, siendo uno
de los partidos más importante del trotskismo latinoamericano
y del mundo, entró en una crisis liquidacionista que culminó
en innumerables divisiones posteriores, nacional e internacionalmente.
(2) Nos referimos al compilado de minutas y documentos escritos
por Horacio Lagar y el GOP (Grupo de Opinión Proletaria)
durante 1987 y 1992 cuando aún pertenecíamos al MAS,
publicados bajo el nombre de "Las Minutas Satánicas,
aportes para comprender la destrucción del MAS", Buenos
Aires, 1994 y "La Oportunidad Perdida" , de 1996. Además,
hemos aportado sobre el tema para "Marxismo Vivo" Nº
5, abril de 2002, publicación de la LIT (Liga Internacional
de los Trabajadores).