El partido revolucionario como instrumento desalienante

Entrevista con Nahuel Moreno

Pluma No. 6 - Primavera 2007

Cómo definirla al partido en tanto grupo humano?

Nahuel Moreno.- Hace años, cuando me dedique a estudiar sociología, leí un libro de Georges Gurvitch, que era gran admirador de Nataniel Moreno, el inventor del psicodrama como método de psicoterapia.
Apoyándose en Moreno y en otros psicólogos y sociólogos, Gurvitch dice que existen tres tipos de grupos humanos. Es una clasificación puramente sociológica: cómo se organiza el hombre desde que existe sobre la tierra. Algunos grupos son sectarios, cerrados, con direcciones despóticas. Otros son casi amorfos. Hay un tercer tipo de grupo que reúne las mejores cualidades de ambos: es muy democrático y a la vez dinámico, homogéneo.
El Partido Bolchevique corresponde perfectamente al tercer tipo: un grupo sólido, fuerte, dinámico, muy unido y fraternal, además de democrático.

Algunos nos ven desde afuera como un bloque monolítico...

NM.- Sí, o como hombres mecáni-cos. Me han comentado que en una Facultad universitaria, cuando llegan nuestros compañeros los militantes de otras tendencias hacen gestos como imitando a unos robots. Eso no me asusta. Es sólo una caricatura de una virtud nuestra, que es pegar como un solo hombre alrededor de las consignas votadas.
La fraternidad, la confianza, es la argamasa que une al partido. Esa confianza entre revolucionarios no puede existir sin democracia; lo que nos une a todos es que cada uno siente que los demás son sus camaradas de lucha.

¿La disciplina partidaria no produce alineación?


N.M.- [...] Opino que en este mundo alienado el partido cumple un rol desalienante. Me da la impresión que muchos artistas y científicos han logrado una vida feliz. En última instancia la alienación se reduce a eso: es la ciencia de la felicidad o infelicidad del hombre provocada por un régimen social. Si la primera condición de la desalienación es llevar una vida plena, en la que a uno le gusta lo que hace, creo que no sólo la brinda el partido sino también, en algunos casos, la ciencia, el arte y el deporte.

El régimen capitalista, monopolista, cierra esta posibilidad. Supon-gamos, por ejemplo, un muchacho al que le apasiona el cine y quiere hacer películas: es casi imposible, de cada mil o dos mil candidatos a directores de cine queda uno sólo.

El sistema capitalista conspira contra el desarrollo de las cualidades del individuo, sean naturales o adquiridas. O las emplea cuando sirven a sus ganancias.

Yo veo al partido revolucionario, con su democracia interna, su programa revolucionario de movilización permanente, como el soporte más sólido para combatir la alienación o, dicho de otra manera, la forma más segura de lograr cierto grado de felicidad y de realización personal.

[…] Fíjese en nuestro partido. Si un compañero muestra dotes de orador o de escritor, lo alienta a que lo sea, que estudie y se desarrolle. La sociedad enseña a mentir, a ocultar lo que uno piensa, a no ver los puntos fuertes y débiles propios. El partido es un control social que nos permite descubrimos a nosotros mismos y desarrollarnos.

Si un compañero demuestra tener grandes condiciones para deter-minada tarea, se le impulsa a realizarla. A nadie se obliga a cumplir tareas que no le gusten, salvo que las acepte voluntariamente.

¿Qué respondería usted a los que dicen que el militante pierde su individualidad?

N.M.- Que ocurre todo lo contrario. Se desarrolla la creatividad individual, con un control social que es el partido. La sociedad burguesa también ejerce un control, pero busca el efecto opuesto: si el individuo es un obrero, a la burguesía sólo le interesa que se pase la vida produciendo chapitas, por ejemplo. Para el partido bolchevique el individuo es sagrado, siempre busca la manera de ayudarlo a desarrollarse. Y a que se desarrolle justamente en las actividades más nobles del ser humano: escribir, hablar, organizar, luchar.
No hay trabajo más alienante y embrutecedor que el de la línea de producción o el de las minas. El minero trabaja toda la vida para sacar unas cuantas toneladas de carbón. Pero si ese minero es un militante revolucionario, además de sacar carbón trata de organizar a sus compañeros para la lucha: saca volantes, hace denuncias, en fin, realiza una serie de actividades humanas que lo hacen feliz. Puede quedar muy triste si pierde una lucha, pero en todo caso es alegría o tristeza humana, no los sentimientos animales que produce el trabajo alienado.

[…] A nadie se le impide que estudie o viaje, el partido sólo le exige al militante que milite disciplinadamente y cumpla los compromisos que asume. […]

Hay un hecho que ha llamado la atención de observadores que asisten a reuniones del Movimiento al Socialismo y de sus partidos hermanos en otros países: el ambiente de risas y alegría que reina en ellos. Con esto quiero decir que el militante puede y debe ser feliz por la actividad que realiza junto a sus camaradas, y por lo tanto puede desalienarse hasta un cierto grado, el que impone una sociedad monstruosa. Es una relación dinámica y contradictoria: la sociedad que explota y aliena, el partido que desaliena.

Tomado de Conversaciones con Nahuel Moreno, por Tuny, Raúl, y Zadunaisky, Daniel, Buenos Aires, Ed. Antídoto, 1985.