Sobre
el guerrillerismo*
Presentación:
Eugenio Greco
Pluma
No. 6 - Primavera 2007
|
El
triunfo de la revolución cubana fue una conquista colosal del
movimiento de masas que instauró el primer Estado obrero en
América Latina, a muy pocos kilómetros del más
poderoso imperialismo del planeta. Pero, al mismo tiempo, provocó
entre los luchadores antiimperialistas de nuestro subcontinente una
adhesión amplísima a la que, según Castro y el
Che Guevara, habría sido la estrategia victoriosa: el "foco"
guerrillero. Miles de jóvenes en casi todos nuestros países
asumieron como suya la concepción guerrillerista y tomaron
las armas. Quince años después, esa generación
de revolucionarios había sido aniquilada. Tal fue el resultado,
sin ninguna excepción, de las experiencias de Yon Sosa en Guatem
ala y Douglas Bravo en Venezuela, los Tupamaros uruguayos, el ERP
y los Montoneros argentinos. De la Puente Uceda en el Perú,
Marighela en Brasil y el propio Che en Bolivia. En muchos países,
el accionar guerrillero fue, también, un catalizador fundamental
de golpes de Estado fascistizantes, que causaron durísimas
derrotas al movimiento obrero y de masas; tal el caso, por ejemplo,
de la Argentina y el Uruguay.
Entre
las corrientes que se reclaman socialistas cundió también
la borrachera guerrillerista, que abarcó desde organizaciones
pequeñoburguesas como el MIR chileno hasta toda un ala del
trotskismo encabezada por Ernest Mandel. En cambio, el guerrillerismo
fue combatido, desde la derecha, por los partidos comunistas y, desde
la izquierda, por la tendencia trotskista encabezada por el Socialist
Workers Party (SWP) de los Estados Unidos y el Partido Socialista
de los Trabajadores (PST) de la Argentina. Esta tendencia, que constituyó
la Fracción Leninista Trotskista (FLT), se dividiría
años más tarde. El SWP norteamericano giró 180
grados y hoy reniega de aquellas posiciones. Nuestra corriente, las
sigue defendiendo.
Los
argumentos con que los estalinistas y los trotskistas de la FLT combatíamos
la concepción y estrategia guerrilleras eran, por supuesto,
opuestos por el vértice. Los estalinistas preconizaban por
aquel entonces la existencia de una "etapa" burguesa y antifeudal
de la revolución latinoamericana, a la cual había que
defender frente al "fascismo". Semejante definición
los conducía a frenar todo tipo de lucha, fuera guerrillera
o de masas, en todos lados: defendieron a Batista contra Castro y
a Somoza contra los sandinistas; paralizaron a los trabajadores chilenos
bajo Allende para no desestabilizar lo que denominaron "vía
chilena" de la revolución, es decir, la "vía
pacífica al socialismo".
Nuestra
corriente, al tiempo que combatía esta concepción etapista
y reformista de los estalinistas, sostenía que el triunfo de
la revolución sería fruto de la movilización
de masas, y no de las acciones de una élite de combatientes
guerrilleros aislados. Las catástrofes de Chile en un polo
y las desventuras guerrilleras en el otro nos dieron la razón.
Tras
la derrota de estas guerrillas castro-guevaristas de la "primera
época", el guerrillerismo prácticamente desapareció
de América Latina. Los escasos sobrevivientes o bien quedaron
moral y políticamente deshechos, o bien terminaron de asesores
de gobiernos burgueses con vestiduras izquierdistas. Este último
triste fin fue, por ejemplo, el de Béjar en Perú ocupando
altas funciones bajo el régimen militar de Velazco Alvarado,
y el de Régis Debray, asesor del gobierno imperialista de Mitterrand.
El propio líder montonero argentino Firmenich, desde la cárcel,
sólo levanta su voz para pedir un lugarcito en la estructura
de un partido burgués reaccionario como es el peronismo.
Se
podría pensar que el guerrillerismo estaba definitivamente
acabado en Latinoamérica. Pero heroísmo combatiente
de un puñado de luchadores. La disposición o no de las
masas a entrar en lucha no era tomada en cuenta por la estrategia
foquista como un factor objetivo. Por supuesto, el Che reconocía
la necesidad de un apoyo de masas para que la guerrilla triunfara.
Pero ese apoyo se lograría a fuerza del voluntarismo de los
combatientes, no como una disposición de las masas para salir
a la lucha. Era, en ese sentido, claramente antileninista, ya que
Lenin siempre ubicó a la movilización revolucionaria
de las masas como un factor objetivo, independiente de la voluntad
de los revolucionarios.
Las
tesis que presentamos a continuación son sólo un primer
paso en el duro debate que se reinicia. Como no tienen un carácter
concreto sino de reafirmación general de los principios del
socialismo obrero revolucionario, queremos, en esta introducción,
señalar algunos aspectos particularmente importantes de la
realidad de las revoluciones dirigidas por organizaciones guerrilleras
o que hicieron guerrillas.
¿Quién
hace la revolución? ¿La guerrilla o las masas?
Desde
Mao en adelante parece darse casi una ley: cuando triunfa una revolución
cuya dirección fue guerrillera o hizo guerrillas, se produce
y generaliza una concepción equivocada: quien triunfó
fue la guerrilla, no el movimiento de masas. Sin embargo, en realidad
indica lo contrario: jamás triunfó una organización
guerrillera (más bien siempre fueron derrotadas); siempre que
hubo triunfos trevolucionarios ellos fueron producto de grandes movilizaciones
revolucionarias de masas. Alagunas direcciones, como la castrista,
ocultaron esa realidad; otras, como la sandinista, la reconocieron.
Pero así fue.
En
el caso chino, la "Gran Marcha" fue una realidad una gran
huída. Desde el punto de vista militar, el Partido Comunista
Chino estaba cada vez peor, casi derrotado, aunque mantenía
una poderosa influencia como partido político. Lo que salvó
a Mao fue, paradójicamente, la invasión japonesa. Toda
China se levantó contra los japones. En toda ciudad, pueblo
o aldea chinos surgieron organismos de resistencia al invasor, en
los cuales participaban desde los trabajadores y campesinos hasta
importantes sectores de la burguesía. Mao, inteligentemente,
volcó su partido hacia esas organiaciones de masas de resistencia
y ese fue el secreto de su vitoria. Mao fue, sí, la dirección
política de la revolución china. Pero no por haber hecho
guerrillas -independientemente de ello fuera necesario en su momento
como táctica militar defensiva-, sino por el papel político
que jugó una dirección del multitudinario levantamiento
de las masas contra el imperialismo.
La
experiencia cubana tiene elementos comunes con la china. Las dos acciones
guerrilleras que reivindica Fidel Castro, el asalto al Moncada y el
desembargo del Granma, terminaron en sendas catástrofes militares.
Pero Castro era un gran dirigente político de masas, la máxima
figura de izquierda de un partido burgués de masa opositor
a Batista, el Partido Ortodoxo. FUe el levantamiento contra la dictadura
bastistiana de los semiproletarios agrícolas y los campesinos
pobres primero y de la clase obrera y el pueblo urgano después,
quienes dieron a las tropas y el pueblo urbano después, quienes
dieron su fuerza al Ejército Rebelde, desmoralizaron a las
tropas del régimen y, por medio de la huelga general, abrieron
las puertas de las ciudades fundamentales de Cuba al triunfo total
de la revolución.
Guevara,
que se declaraba discípulo de Mao y de su estrategia de "Guerra
Popular Prolongada", de la periferia hacia el centro, del campo
hacia la ciudad, extrajo de la experiencia cubana conclusiones opuestas
a la realidad. Quizás por no ser él mismo un dirigente
político de masas, teorizó esas falsas concepciones
llevándolas al extremo. De allí surgió la teoría
el "foco" gerrillero: la simple instalación de un
reducido grupo de combatientes en alguna zona de difícil acceso
para el ejército ya era el comienzo de la revolución;
ese pequeño grupo iría ganando el apoyo de la población
local y extendiendo su acción hasta convertirse en un ejército
y pasaría de la guerra de guerrillas a la guerra convencional
contra el ejército enemigo. En el esquema del Che, las condicones
objetivas eran necesarias sólo en el sentido de que hubiera
una gran miseria de las masas y un régimen odiado; lo demás
venía solo, como producto de la voluntad y heroísmo
combatiente de un puñado de luchadores. La disposición
o no de las masas a entrar en lucha no era tomada en cuenta por la
estrategia foquista como factor objetivo. Por supuesto, el Che reconocía
la necesidad de un apoyo de masas para que la guerrilla triunfara.
Pero ese apoyo se logaría a fuerza del voluntarimos de los
combatientes, no como una disposicón de las masas para salir
a la lucha. Era, en ese sentido, claramente antilennista, ya que Lenin
siempre ubicó a la movilización revolucionaria de las
masas como un factor objetivo, indpendiente de la voluntad de los
revolucionarios.
La
influencia de esta teoría y estrategia castro-guevarista impregnó
a todos los guerrilleros latinoamericanos. Es cierto que el auge de
las luchas urbanas a fines de los '60 y durante los '70 (estallido
estudiantil-popular de México en 1968, "Cordobazo"
argentino de 1969, etc.), junto a varias derrotas de la guerrilla
rural, hicieron surgir una variante guerrillera urbana. Pero ella
se basaba en los mismos principios que el foquismo rural guevarista:
la "propaganda armada", es decir el terrorismo urbano "enseñaría"
a los trabajadores y al pueblo de las ciudades la necesidad de la
lucha armada y los llevaría a apoyar a la guerrilla.
En
el caso nicaragüense, los sandinistas estaban divididos en diferentes
alas, desde la "Proletaria" que preconizaba las acciones
urbanas, hasta la denominada "Guerra Popular Prolongada",
más cercana a la ortodoxia maoísta. Pero todas ellas,
tras largos años de combates contra Somoza, estaban diezmadas
y reducidas a su mínima expresión. En las vísperas
mismas de la revolución nicaragüense, entre todas, sumarían
50 o 100 militantes. Estando la guerrilla sandinista militarmente
casi acabada, estalló la insurrección de las masas tras
el asesinato de Chamorro. El sandinismo se lanzó a la ofensiva,
pero si bien ella sirvió para distraer fuerzas gubernamentales
hacia los frentes del sur y del norte, no fue esa ofensiva militar
la que dio el triunfo a la revolución. Somoza cayó por
la acción insurreccional de las masas urbanas, a la cual frecuentemente
los destacamentos armados del sandinismo llegaban tarde o directamente
no llegaban. Pero el sandinismo, que tuvo el gran mérito político,
no militar, de ser opositor intransigente y enemigo mortal de Somoza,
fue visto por las masas como su dirección política.
El pueblo insurrecto se llamaba a sí mismo "sandinista",
aunque no hubiera presente un solo militante ni combatiente sandinista.
La dirección sandinista vio el proceso insurreccional y, abandonando
toda teoría guerrillerista, se volcó hacia él,
ganándose el papel de dirigente político de la revolución.
Tuvo,
además, el gran mérito y honestidad de reconocer la
realidad tal cual fue. El comandante sandinista Luis Carrión
señaló: "El elemento predominante de nuestra
guerra ha sido la insurrección". El comandante Joaquín
Cuadra relató: "Estallaban miniinsurrecciones espontáneas
que demostraban una gran combatividad y una extraordinaria firmeza
por parte de las masas, mientras que las estructuras políticas
y militares de vanguardia experimentaban un notorio retraso".
El comandante Javier Carrión sintetizó: "La guerra
se ganó prácticamente por la participación del
pueblo, sin eso, nosotros no hubiéramos hecho gran cosa".
Y el propio comandante Daniel Ortega dijo: "...el peso fundamental
de la lucha armada lo llevó nuestro pueblo... Podríamos
decir que las masas estuvieron permanentemente insurrectas... La insurrección
popular en Nicaragua... fue un fenómeno que parió todo
el pueblo y fundamentalmente nuestros más humildes, más
explotados y oprimidos trabajadores del campo y la ciudad... Fueron
nuestras masas las que le dijeron a su vanguardia, el Frente Sandinista:
¡Esta es la forma de luchar. Nosotros, la vanguardia, no hicimos
más que ponernos al frente de esa voluntad, de esa decisión,
de esa creatividad popular" (Citado por Leonel Giraldo,
Centroamérica entre dos fuegos, Bogotá, Norma, 1984,
pp. 33-35).
Lo
mismo que hemos dicho de China, Cuba y Nicaragua podríamos
demostrarlo en cualquier otra revolución triunfante, con dirección
política guerrillera o sin ella. No es una organización
militar la que hace una revolución; las revoluciones las hacen
las masas. No es una dirección militar la que dirige una revolución;
las revoluciones las dirigen direcciones políticas es decir,
organizaciones o líderes con quienes las masas identifican
políticamente sus intereses.
Por
esa razón, afirmamos con más fuerza que nunca tras el
triunfo de la revolución nicaragüense que es absolutamente
necesario combatir políticamente la estrategia guerrillerista
y a las organizaciones que la defienden y la llevan a la práctica.
Si son las masas las que hacen las revoluciones, toda prédica,
propagandística o práctica (a través de acciones)
de que es una ínfima minoría de guerrilleros la encargada
de hacer la revolución es un factor de profunda desmovilización
del movimiento de masas, va en contra de la revolución.
Es
obligación de los marxistas decirle la verdad a las masas:
¡Son ustedes y sólo ustedes los que pueden solucionar
sus problemas si se movilizan en forma multitudinaria y apelando a
todos los métodos para luchar contra los explotadores, el imperialismo
y el gobierno de turno! ¡No hay pequeño grupo ni minoría,
por más heroica que sea, que los salve de la miseria y la represión!
¡Hagan
ustedes la revolución, porque es necesaria, porque no hay otro
camino y porque nadie la va a hacer por ustedes! ¡Las minorías
fracasan! ¡Ustedes, la mayoría pueden y deben vencer!
El
problema militar
Todo lo anterior no niega una verdad de a puño: no hay revolución
que destruya el aparato de Estado existente, en particular a las fuerzas
armadas, si no se desarrolla un aparato militar de la revolución.
Este punto abre el segundo gran debate con los guerrilleristas.
El
guerrillerismo tiene una concepción elitista y acumulativa,
gradualista de la cuestión del armamento. Elitista porque no
ve el armamento como armamento de las masas, es decir como armamento
de las organizaciones de masas, sino como armamento de "la vanguardia",
esto es, de la propia organización guerrillera. Gradualista
porque concibe el armamento como un proceso acumulativo, de menor
a mayor, que comienza con el armamento del grupo que inicia la guerrilla
y culmina en el armamento de un "ejército popular"
capaz de enfrentar y derrotar al ejército burgués en
una guerra convencional.
Nuestra
concepción es opuesta y está sintetizada en el documento
que estamos introduciendo, cuando decimos que, si el proletariado
quiere armarse no hay nadie que se lo pueda impedir, y que si no quiere
hacerlo, no hay nadie que lo logre. Esto es extensivo a cualquier
otro sector del movimiento de masas, por ejemplo los campesinos.
Hace
ya muchos años, en la polémica con los guerrilleristas
de la "primera época", pusimos como ejemplo el caso
boliviano. El 21 de agosto de 1971, el general Banzer lanzaba su golpe
de Estado ultrarreaccionario contra el débil gobierno populista
del general Torres. Sectores del movimiento de masas salieron a enfrentar
el golpe en las calles, y a ellos se sumaron las organizaciones guerrilleristas
bolivianas. Fueron derrotados, pero lo que aquí interesa es
qué sucedió en esas pocas horas con el problema del
armamento. Así relató lo ocurrido Hugo González
Moscoso, un dirigente trotskista fanático de la guerrilla:
"La lucha fue feroz y heroica: más de 5.000 combatientes
-pero el 90 por ciento de ellos sin armas... A último momento,
el asalto a un depósito de armas nos proporcionó 1.300
rifles de la guerra del Chaco... ("Our rol in battling against
the military coup", Intercontinental Press, New York, 1/11/71,
Número 38, vol. 9).
El
balance está claro. Entre el Ejército de Liberación
Nacional, el Partido Obrero Revolucionario (Combate) de González
y el resto de los grupos guerrilleristas, que se venían preparando
desde hacía entre 5 y 10 años para la "lucha armada",
sólo habían logrado reunir 500 armas (el 10 por ciento
de 5.000 combatientes). Pero cuando entró a tallar el movimiento
de masas, logró, en cuestión de horas, 1.300 fusiles.
Este
caso no es excepcional, sino la regla de todas las revoluciones. Los
obreros revolucionarios rusos, en pocos meses, lograron enormemente
más armas que todas las que acumularon durante décadas
los terroristas rusos. La propia experiencia nicaragüense lo
confirma: los insurrectos de las ciudades se armaban como podían
pero en forma masiva, sin necesidad de esperar las armas de los sandinistas.
Estos, por su parte, si tenían muchas armas, pero no era como
producto de una acumulación, sino de la ayuda de la socialdemocracia
europea y algunos gobiernos burgueses latinoamericanos, que afluyó
hacia ellos después de que comenzó la insurrección
masiva en Nicaragua y no antes. Y si estos gobiernos, enemigos mortales
de toda revolución, enviaron tal ayuda a los sandinistas, ello
sucedió por la presión y simpatía de las masas
mundiales a favor de una revolución contra el odiado Somoza.
El propio armamento sandinista fue, pues, un producto indirecto de
la movilización de masas.
Esto
demuestra que el armamento es, ante todo, una tarea política
que, como tal, depende estrechamente de la disposición a la
lucha del movimiento de masas. Por eso mismo no se produce en forma
gradual, sino a través de un salto espectacular, cuando son
las propias masas las que se proponen armarse. Entonces, no hay quien
pueda detenerlas, ya que son trabajadores quienes están en
las fábricas de armas y son trabajadores uniformados quienes
las manejan y las almacenan en los arsenales. Esto último podría
discutirse en el caso de ejércitos superprofesionales de mercenarios,
como dicen que era la Guardia Nacional somocista. No conocemos lo
suficiente como para tomar posición en ese caso concreto, pero
sí es público el testimonio del propio Castro de cómo,
a medida que se desmoralizaba el ejército batistiano, comenzaban
a pasarse sectores de la tropa hacia el Ejército Rebelde.
Allí
radica otra diferencia central con el programa militar de los guerrilleristas.
Ellos prácticamente no tienen política hacia la base
del ejército burgués: su línea maestra es ir
a una guerra de ejército contra ejército. El leninismo,
en cambio, plantea no una sino dos herramientas para el armamento
de las masas: por un lado la creación de destacamentos de autodefensa
y milicias de trabajadores; paralelamente, la actividad política
sobre la base del ejército para ganarla para la revolución
oponiéndola a la casta contrarrevolucionaria de los oficiales.
Esta
actividad requiere de consignas propias, específicas, que defiendan
los intereses, reivindicaciones y derechos sindicales y políticos
de la tropa, frente al verticalismo militar, la prepotencia de los
oficiales y el intento de utilizarla como carne de cañón
contra el pueblo. En síntesis, un programa de transición
para desarticular al ejército burgués ya que, como decía
Trotsky, la insurrección no es una lucha contra el ejército
sino por el ejército.
Tomada
así, como tarea política que es, el leninismo se opone
a la concepción guerrillerista de construcción de un
aparato militar por fuera del movimiento y las organizaciones de masas.
Sostiene como principio la construcción de un aparato militar,
sí pero de las organizaciones de masas. Tal fue el caso del
Comité Militar Revolucionario del Soviet de San Petersburgo,
que fue quien realizó la insurrección de Octubre. Un
ejemplo que se vio confirmado en infinidad de oportunidades, entre
otras con la construcción de las milicias sindicales y campesinas
que derrotaron al ejército burgués durante la revolución
boliviana de 1952. Lo mismo podríamos decir de las organizaciones
barriales de masas que hicieron la insurrección contra Somoza
en Nicaragua.
¿Guerra
rural o insurrección urbana?
Queda en pie una última cuestión en la que nos interesa
detenernos, el carácter claramente urbano que va adquiriendo
cada vez más la revolución en toda América Latina.
Los guerrilleristas más ortodoxos se niegan directamente a
reconocerlo, como ocurre con el ELN colombiano, que sigue adhiriendo
a la concepción de la "guerra popular prolongada"
al estilo maoísta. Sin embargo, esta tendencia es una realidad
palpable, como ya dijimos, desde fines de la década de los
'60.
La
revolución bajo la forma predominante de una guerra campesina
o rural dominó claramente en el norte de América Latina
desde, como mínimo, la revolución mexicana de comienzos
del siglo (que, según algunos autores, fue campesina en el
norte, pero del proletariado rural -no organizado como clase sino
en los pueblos- en la zona de Zapata). Así se dieron desde
el movimiento de Sandino hasta la revolución cubana, pasando
por la guerra civil en Colombia, conocida como "la violencia".
(En el Cono Sur latinoamericano, en cambio, los procesos revolucionarios
y la lucha de clases en general, tuvieron desde fines del siglo pasado
un carácter claramente urbano y proletario, debido al desarrollo
industrial y al peso específico y tradición de la clase
obrera. En algunos países del Cono Sur [Perú, Brasil,
Bolivia] hubo o hay también un fuerte componente campesino
o rural, pero no es lo dominante).
Sin
embargo, hace ya dos décadas que en toda América Latina,
incluyendo el norte, la revolución es predominantemente urbana,
reflejando, entre otras cosas, el fulminante proceso de concentración
de la población en grandes ciudades como San Pablo, Río
de Janeiro, Lima, Bogotá, México, etcétera.
En
El Salvador, el gran auge revolucionario, infinitamente más
poderoso que la actual guerrilla rural del FMLN, fue el proceso urbano
y obrero que derrocó al general Romero pocos meses después
de la caída de Somoza. Si ahora domina la escena la guerrilla
rural, ello se debe a la traición del estalinismo, que compartió
el gobierno con el coronel Majano y desmovilizó a las masas,
permitiendo el rearme de la contrarrevolución y el genocidio
de la vanguardia revolucionaria salvadoreña en las ciudades.
Por esa razón, como medida defensiva ante una derrota causada
por un crimen político, cobró auge la actual guerrilla.
Pero todo indica que el proceso vuelve a desplazarse hacia las ciudades
y hacia el movimiento obrero.
En
Colombia, un país de gran tradición guerrillera rural
de masas, el mayor suceso revolucionario de las últimas tres
décadas fue el paro cívico nacional de 1977, una movilización
con eje casi absoluto en las ciudades.
Si
esto es así, si la revolución latinoamericana asume
un carácter claramente urbano y en la mayoría de los
países nítidamente obrero, la actualidad de la insurrección
como vía para la revolución se hace evidente. Que ella
se dará combinada con todo tipo de luchas y métodos,
guerrilleros y no guerrilleros, en el campo, es una verdad absoluta.
Pero que no habrá triunfo de la revolución sino a través
de una insurrección victoriosa en las ciudades es una verdad
tanto o más importante que la anterior. En consecuencia, las
enseñanzas de los bolcheviques, de quienes los trotskistas
ortodoxos nos consideramos herederos, acerca del carácter,
el programa, la táctica y el programa militar de la revolución,
se hacen más actuales que nunca. Para recuperar esas enseñanzas
y hacerlas carne en la vanguardia de luchadores revolucionarios latinoamericanos
y en el movimiento obrero y de masas, el debate contra la concepción
y estrategia guerrilleristas es una necesidad impostergable.
Lo
nuevo: el guerrillerismo estalinista
En este debate ha entrado a terciar, al lado de los guerrilleros auténticos,
un segundo contrincante: los partidos comunistas (PC) latinoamericanos.
Ellos han pasado de enemigos acérrimos a admiradores entusiastas,
propagandistas y, en algunos casos -PC salvadoreño, FPMR chileno
actores de la guerrilla. Este brusco giro a la izquierda, que abarca
muchos otros aspectos de la política de los PCs latinoamericanos
y del "tercer mundo", fue dictado por poderosas razones.
Las revoluciones cubana y nicaragüense se hicieron no sólo
al margen sino en contra de los PCs. El ascenso revolucionario de
las masas y el surgimiento de direcciones independientes de tipo pequeñoburgués
revolucionario, como los sandinistas y en su momento Castro, hicieron
sonar las sirenas de alarma en el Kremlin. La vieja política
de la burocracia soviética y sus agencias en el extranjero
de impedir la revolución defendiendo directamente a regímenes
monstruosos como los de Batista y Somoza, ya no servía. La
revolución cubana pudo ser la excepción que confirma
la regla; pero una segunda revolución triunfante, la nicaragüense,
ya era demasiado. Por eso abandonaron la vieja política y dieron
el giro.
La
esencia del giro a la izquierda del estalinismo podría resumirse
de la siguiente forma: si ya no podemos impedir las revoluciones oponiéndonos
frontalmente a ellas, destruyámoslas desde adentro. Para eso,
en lugar de seguir acusando a las direcciones guerrilleristas y al
resto de la izquierda de ultras y provocadores a sueldo del imperialismo,
unámonos a ellos en un frente de izquierda; participemos de
las luchas, incluso armadas, en vez de oponernos a toda lucha; por
esa vía, con paciencia y aparato, terminaremos controlando
nosotros.
Esta
nueva táctica ya le ha dado al estalinismo un éxito
importante en El Salvador. Los guerrilleros salvadoreños odiaban
a los regímenes proimperialistas y querían destruirlos,
igual que los sandinistas odiaban y querían destruir a Somoza.
Pero desde que el PC salvadoreño se unió a ellos en
la guerrilla y comenzó a controlarla, el programa del FMLN
ha ido bajando de tono hasta llegar a su propuesta actual: ya no se
habla de liquidar a Duarte sino de establecer un "diálogo
nacional" para "reorganizar" al gobierno genocida.
En el camino quedó el cadáver de uno que se oponía:
el dirigente Salvador Cayetano Carpio.
En
otra oportunidad podremos detenernos en todos los aspectos políticos
y programáticos del giro a la izquierda del estalinismo latinoamericano.
Lo que aquí queremos enfatizar es que el nuevo auge del guerrillerismo
que estamos viviendo puede tener efectos mucho más nefastos
que la oleada anterior, precisamente porque ahora el estalinismo lo
apoya e interviene en él.
La
estrategia guerrillerista, criminalmente equivocada, expresa las limitaciones
de clase de honestos luchadores, apasionados por hacer una revolución.
Lo mismo podría decirse del entusiasmo por la guerrilla que
se ha despertado en la base de los PCs., revolucionaria ferviente,
aunque engañada por su dirección.
La
dirección estalinista, en cambio, es fría y concientemente
contrarrevolucionaria. Propa-gandizar o hacer guerrilla es un buen
negocio para ella precisamente porque es una estrategia que no conduce
a la revolución sino a su derrota. La guerrilla impide o dificulta
que los trabajadores se autoorganicen y movilicen democráticamente,
ya que impone una organización militar. Eso es precisamente
lo que los estalinistas necesitan para poder seguir siendo una burocracia.
La guerrilla da una salida hacia afuera de la clase trabajadora a
miles de luchadores impacientes por hacer una revolución. Eso
le conviene a los burócratas para que no surja una dirección
revolucionaria de la clase obrera y las masas.
Por
el prestigio de la dirección sandinista y por el refuerzo que
significa el cambio de posición del estalinismo, el combate
político contra el guerrillerismo de quienes estamos por la
revolución socialista y por la construcción de un partido
obrero revolucionario que la conduzca, debe ser y será encarnizado.
Derrotar la concepción y estrategia guerrillerista es imprescindible
para evitar nuevos y sangrientos desastres de los trabajadores y un
nuevo exterminio de otra generación de luchadores honestos
y valientes.
* Este texto fue redactado a fines de 1986, poco antes de
la muerte de Nahuel Moreno, en enero de 1987
|
Tesis
sobre el guerrillerismo
Nahuel Moreno (Miguel Capa), Eugenio Greco y A. Franceschi
|
1.
El programa del trotskismo es hacer la revolución socialista
mundial, movilizando en forma permanente a la clase obrera hasta lograr
la destrucción del sistema imperialista mundial, la toma del
poder por la clase obrera internacional y la construcción del
socialismo a nivel mundial. Para llevar adelante este programa, el trotskismo
se plantea la construcción de la Internacional, el Partido Mundial
de la Revolución Socialista, sin cuya conducción la revolución
socialista mundial no podrá triunfar. Por eso, las dos únicas
estrategias generales del trotskismo son: la movilización permanente
de la clase obrera y las masas para la toma del poder y la construcción
del partido. En relación a su programa y sus estrategias, todo
lo demás es táctico. No tenemos acuerdos programáticos
ni estratégicos con ninguna corriente, movimiento, tendencia
o partido cuyo programa, organización y/o metodología
sean opuestos a la movilización independiente, democráticamente
autoorganizada y permanente de los trabajadores a nivel internacional
y nacional y a la construcción de la Internacional y sus secciones
nacionales.
2.
La revolución obrera socialista, como toda revolución
en la historia, también es popular. La clase obrera no puede
tomar y ejercer el poder si no es con la movilización y el apoyo
de la mayoría de la población, es decir, sin la alianza
de los trabajadores con las masas populares no proletarias explotadas
y oprimidas por el sistema capitalista imperialista, sus regímenes
y gobiernos. Para ganar para la revolución a los sectores sociales
populares, la clase obrera debe levantar un programa que satisfaga sus
reivindicaciones, así éstas no sean socialistas, como
hizo Lenin al sustituir la consigna socialista de la nacionalización
de la tierra por la consigna campesina, pequeñoburguesa, de reforma
agraria con expropiación de los terratenientes y reparto de la
tierra. Puesto que la dictadura del proletariado, para poder mantenerse,
deberá contar con el apoyo del campesinado y los sectores populares
urbanos, la alianza de clases deberá expresarse también
en la política económica de transición de la clase
obrera.
La necesidad de la alianza obrero-campesina-popular para hacer la revolución
socialista e instaurar la dictadura del proletariado se expresa, en
el terreno político, en la obligación del partido obrero
revolucionario de realizar una política de alianzas con las direcciones
políticas de esas clases y capas sociales. Esas alianzas no sólo
son lícitas, sino imprescindibles para movilizar a las masas
y tomar el poder. Así lo demuestra la experiencia de los bolcheviques,
que debieron pactar con los Socialistas Revolucionarios de Izquierda
para llevar a los soviets al poder en Rusia en 1917 con el apoyo del
campesinado.
Pero esta política de alianzas sólo conduce a la revolución
socialista si la clase obrera y su partido revolucionario se mantienen
independientes, actuando como dirección, como caudillo de todo
el pueblo. Esto es así porque las direcciones pequeñoburguesas
y burguesas son enemigas mortales de la movilización permanente
y democráticamente autoorganizada de los trabajadores, de la
toma del poder por éstos y de la revolución socialista.
Toda alianza con esas direcciones es, por lo tanto, táctica,
momentánea, un acuerdo para la acción común. Su
objetivo es movilizar a las masas en la forma más amplia posible.
Solo puede y debe realizarse cuando esas direcciones encabezan, promueven
o abren una brecha para la movilización de masas. Y está
destinada a romperse apenas esas direcciones traicionen al proceso revolucionario,
como es inevitable por su carácter de clase. Así ocurrió
también en Rusia, donde los Socialistas Revolucionarios de Izquierda
rompieron rápidamente con los bolcheviques y se pasaron a combatir
en el campo de la contrarrevolución contra el poder soviético.
Por esta razón, nuestros acuerdos con direcciones pequeñoburguesas
y burguesas por objetivos comunes progresivos tienen un doble carácter:
impulsar la movilización de masas y, al mismo tiempo, combatir
a esas mismas direcciones, denunciando sistemáticamente su inconsecuencia
y, en su momento, su traición a la movilización. Por eso,
cualquier acuerdo que hagamos, para que sea principista, exige la más
completa independencia y delimitación de nuestro partido, así
como la crítica sistemática a los aliados temporarios,
para desplazarlos como dirección del movimiento de masas y ganar
nosotros la dirección.
Dentro de esta línea general, privilegiamos los acuerdos con
procesos y sectores obreros y con las alas críticas, rupturistas
de las organizaciones pequeñoburguesas y burguesas.
3.
El surgimiento de direcciones pequeñoburguesas independientes
del estalinismo que han dirigido revoluciones triunfantes, como fue
en su momento el castrismo y es ahora el sandinismo, puede llevamos
al error de creer que con estas direcciones y sus organizaciones nos
une una estrategia común: la de hacer la revolución política
contra el régimen burgués de turno e independizar al país
del imperialismo. Sería un error grave, ya que no tenemos ninguna
estrategia común con esas direcciones pequeñoburguesas
independientes del estalinismo. Ellas, como cualquier dirección
pequeñoburguesa, oscilan entre la burguesía y la clase
obrera. Juegan, ora un papel progresivo, ora un papel reaccionario.
Pero a la larga es inevitable que traicionen a la revolución,
en algún punto del proceso revolucionario, por esa profunda razón
de clase: son pequeñoburguesas.
Para nosotros, la revolución política es un momento de
la revolución socialista. Por eso, si bien podemos coincidir
con ellas en derribar a una dictadura proimperialista, no coincidimos
en quién debe reemplazarla. Ellas están totalmente dispuestas,
como lo demostraron el castrismo con Urrutia y el sandinismo con Chamorro
y Robelo, a sustituir la dictadura por un gobierno burgués de
colaboración de clases. Nosotros luchamos para que tome el poder
la clase obrera para hacer la revolución socialista. Y, si podemos,
lo hacemos de inmediato ya que lo peor que le puede pasar a una revolución
es quedar estancada en la "etapa" de la revolución
política democrática, como también lo demuestra
Nicaragua. Lo único que nos une a estas direcciones es que los
dos estamos en contra del régimen dictatorial, pero estamos tajantemente
divididos en lo que estamos a favor: ellos un nuevo gobierno burgués,
nosotros un gobierno obrero y campesino. No hay, por lo tanto, ninguna
estrategia común.
Incluso si esas direcciones, acorraladas entre el ascenso de masas y
la agresión imperialista, se ven obligadas contra su voluntad
a expropiar a la burguesía y establecer un Estado obrero, como
hizo Castro, tampoco tenemos con ellas una estrategia común.
Para nosotros, las revoluciones nacionales son momentos de la revolución
socialista internacional. La constitución de Estados obreros
tiene como objetivo fundamental y prioritario construir una palanca
poderosísima para ayudar al desarrollo de la revolución
mundial. Esas direcciones, precisamente por ser pequeño-burguesas,
son nacionalistas, no internacionalistas. Cuando toman el poder, hacen
lo imposible por no expropiar y no ponen jamás el país
al servicio de la extensión de la revolución. Y, si expropian,
establecen un régimen totalitario para desmovilizar a las masas
y dedicarse a "construir el socialismo en su propio país".
No hay, en consecuencia, ninguna coincidencia estratégica, por
cuanto nuestra estrategia es opuesta a la de ellos: instaurar en el
Estado obrero un régimen leninista, el único que, apoyándose
en la autoorganización y movilización democrática
de los trabajadores, tiene como finalidad central el desarrollo de la
revolución socialista internacional.
4.
La diferencia entre las direcciones pequeñoburguesas
independientes y los aparatos tradicionales es que las primeras, en
algunas coyunturas, sí quieren hacer una revolución, así
sea solamente contra un régimen odiado, en tanto que los segundos
son conscientemente contrarrevolucionarios. Por eso reivindicamos a
las direcciones pequeñoburguesas independientes, si se mantienen
consecuentes con su propio programa, como grandes luchadores y héroes
de la revolución democrática y antiimperialista, mientras
denunciamos a los burócratas y estalinistas como contra-revolucionarios.
Pero esta diferencia no nos puede ocultar que las direcciones pequeñoburguesas
independientes, por ese carácter de clase, están mucho
más cerca de la burocracia y del estalinismo que de nosotros.
Sólo así se explica que Fidel Castro se haya incorporado
al aparato estalinista mundial; que los sandinistas, sin haberse incorporado,
apliquen fielmente la política que les aconseja el estalinismo;
y que los guerrilleros salvadoreños estén siendo controlados
por el estalinismo aun antes de haber triunfado la revolución
democrática antiimperialista, y ya no se proponen terminar con
Duarte, sino compartir el gobierno con él, es decir ya no son
consecuentes ni siquiera con hacer la revolución democrática
antiimperialista. En conclusión, si bien es cierto que con las
direcciones pequeñoburguesas independientes podemos recorrer
juntos un trecho del camino más largo del que podemos recorrer
con el estalinismo, no deja de ser eso, un trecho en el camino. Pero
no estamos de acuerdo en la estrategia, es decir, a dónde debe
conducir ese camino.
Por esa razón, nuestra política de alianzas con las direcciones
pequeñoburguesas independientes, es igual que con el estalinismo,
la burocracia sindical e incluso con direcciones burguesas nacionalistas:
se reduce estrictamente a los acuerdos para la acción común,
manteniendo nuestra total independencia política y organizativa,
para movilizar a las masas y desplazarlos como dirección.
5.
El hecho de que las direcciones independientes cumplan un rol más
progresivo en algún período de la lucha de clases que
el estalinismo y demás aparatos contrarrevolucionarios, no significa
que sean la mejor dirección posible de los sectores populares
aliados del proletariado. Los trotskistas no abandonamos a esos sectores
sociales a disposición de esas direcciones pequeñoburguesas
independientes. Nosotros luchamos para que sea la clase obrera la que
dirija a sus aliados, lo cual significa desplazar de la dirección
de los sectores populares no proletarios a las direcciones pequeñoburguesas
-guerrilla incluida. Queremos que los campesinos pobres, el proletariado
rural, la pequeña burguesía urbana empobrecida, los marginales,
el semiproletariado, etcétera, reconozcan como su dirección
a la clase obrera y a su dirección revolucionaria trotskista
o trotskizante, no a las organizaciones pequeñoburguesas. Esto
implica, entre otras cosas, que los trotskistas no aceptamos que los
sectores populares no obreros sean un coto privado de las direcciones
pequeñoburguesas. Nuestro objetivo es que haya fracciones campesinas,
pequeñoburguesas bajas, trotskistas (aunque no tengamos fuerzas
para llevarlo nuestro partido es pequeño), que combatan a las
organizaciones burguesas, pequeñoburguesas y burocráticas
en todos los sectores sociales, explicándoles que sólo
bajo la dirección y el gobierno de la clase obrera lograrán
destruir al régimen odiado y satisfacer sus reivindicaciones.
6.
Toda política de alianzas implica acuerdos entre direcciones.
Esos acuerdos pueden ser simples unidades de acción, frentes
u organizaciones comunes. A diferencia de los acuerdos, que sólo
comprometen al partido a luchar por el punto común sobre el cual
se acordó, los frentes ya implican la existencia de una dirección,
es decir cierto grado de centralismo, y de organismos de base comunes.
Por esa razón, el trotskismo jamás baraja, ni siquiera
como hipótesis, hacer un frente, ni mucho menos una organización
revolucionaria común, con organizaciones no obreras, sean ellas
burguesas o pequeñoburguesas, ya que ello significaría
que estaríamos dispuestos a aceptar la disciplina de esas organizaciones
o, lo que es lo mismo, la pérdida de la independencia del partido
y de la clase obrera ante organizaciones no proletarias.
En cambio, sí aceptamos o impulsamos frentes u organizaciones
comunes con otras direcciones u organizaciones obreras. Estamos en los
sindicatos y en los soviets, que son frentes más o menos permanentes
de la clase obrera, y es obligatorio que estemos. Podemos ser parte
incluso de un partido obrero con direcciones obreras burocráticas
proburguesas o estalinistas frentepopulistas para arrancar a una clase
obrera atrasada del sometimiento a los partidos burgueses y conquistar
la independencia política del proletariado.
En estos frentes, si son de masas o incluso si reflejan un fenómeno
muy progresivo y dinámico de la vanguardia obrera, podemos llegar
a disciplinarnos a ellos. Si, además, el funcionamiento es democrático,
nuestra disciplina puede llegar a ser casi total. Nunca nuestra disciplina
es total, ya que un frente obrero puede aplicar una política
contraria a nuestros principios: no apoyamos ni nos disciplinamos a
un sindicato de los maestros blancos norteamericanos, aunque sean la
gran mayoría de los maestros, si exigen que se segregue a los
maestros latinos; no apoyamos ni nos disciplinamos a los sindicatos
norteamericanos que manifestaban en apoyo a la guerra imperialista en
Vietnam.
Estos organismos obreros son frentes y no simples acuerdos porque tienen
cierto grado de centralismo, una dirección, organismos de base
comunes donde las diferentes corrientes o fracciones luchan por imponer
sus políticas y nosotros aspiramos y peleamos para que sean democráticos.
También podemos hacer acuerdos políticos con direcciones
obreras contrarrevolucionarias o reformistas, de la misma forma que
los hacemos con direcciones burguesas y pequeñoburguesas. Tanto
los frentes como los acuerdos con direcciones obreras contrarrevolucionarias
o reformistas tienen el mismo doble objetivo que los acuerdos que hacemos
con direcciones no proletarias: movilizar a las masas y tratar de desplazar
a esas direcciones. Estamos en los sindicatos para movilizar a los obreros
y destruir a la burocracia. Estamos en los soviets para movilizar a
los trabajadores hacia el poder y desplazar a las corrientes reformistas
que participan en el soviet.
Estamos en un partido laborista para defender la independencia política
de la clase y para desplazar a su dirección colaboracionista.
Y hacemos un acuerdo como el del MAS y el PC argentinos (el Frente del
Pueblo) para movilizar y hacer avanzar la conciencia de nuestra clase
y ganarle la dirección de la vanguardia al PC.
7.
El Frente Único Revolucionario, en cambio, es un frente entre
nuestra organización trotskista y las corrientes obreras de vanguardia
que evolucionan hacia nuestro programa. Es una transición hacia
el partido obrero revolucionario. Si el frente cuaja, rápidamente
tenderá a transformarse en partido obrero revolucionario. Lucharemos
para que sea permanente y se organice en forma centralista democrática.
Esto quiere decir, entre otras cosas, que nuestra disciplina a él
será absoluta, ya que tenderemos a disolver nuestra organización.
Al
igual que los acuerdos con direcciones no proletarias y de los frentes
y acuerdos con direcciones obreras contrarrevolucionarias, el Frente
Único Revolucionario busca la movilización de las masas.
Pero es una táctica que se inscribe en la estrategia de construcción
del partido. Por esta razón, se diferencia de aquéllos
en que no queremos destruir a las organizaciones obreras revolucionarias
con las que hacemos el Frente Único Revolucionario, sino fortalecernos
todos haciendo un partido único. Sí, en el desarrollo
de nuestra política de Frente Único Revolucionario, la
evolución de esas corrientes se detiene y cristalizan como centristas,
el Frente Único Revolucionario se rompe y los centristas se convierten
en un nuevo obstáculo para la construcción del partido
y deben ser tratados como tales: acuerdos para movilizar a las masas
y destruirlos a ellos.
8.
Si bien los acuerdos y frentes que realiza el partido trotskista son
tácticas en función de sus estrategias fundamentales de
movilizar a las masas para la toma del poder por el proletariado y construir
el partido, como principio general esas tácticas son obligatorias.
Uno de los principios del trotskismo y el leninismo, que lo diferencia
de los ultraizquierdistas y sectarios es precisamente la obligatoriedad
de todo acuerdo o frente que ayuda a la movilización de las masas
y/o a la construcción del partido.
Pero este principio se combina y supedita a otro: nuestra política
no va dirigida a las direcciones, organizaciones o sectores de vanguardia
del movimiento obrero a quienes les planteamos acuerdos o frentes. Por
el contrario, nuestra política y consignas son dictadas por las
necesidades que surgen objetivamente de la movilización de las
masas y, tomando en cuenta su conciencia, buscan tender un puente entre
esa movilización y las tareas socialistas. Por eso, en cada coyuntura
de la lucha de clases, el trotskismo levanta un programa de transición
que arranca de las necesidades de la clase obrera y las grandes masas
populares.
Todo intento de definir nuestra política y consignas a partir
de las líneas, inquietudes o necesidades de las organizaciones
con las cuales hacemos acuerdos o frentes o de los sectores de vanguardia
sobre los cuales privilegiamos la actividad para construir el partido,
es revisionismo vanguardista. Nos lleva a alejarnos de la clase obrera
y a capitular a sectores no proletarios, u obreros oportunistas o centristas
y nos impide movilizar a las masas hacia el triunfo de la revolución
socialista.
Por eso mismo, nuestra relación con las organizaciones con las
cuales hacemos frentes o acuerdos y con los sectores de vanguardia sobre
los cuales trabajamos es la crítica sistemática a sus
posiciones, la confrontación de nuestra política y consignas,
extraídas de las necesidades de las masas y de su movilización,
con las consignas y políticas de esas organizaciones y sectores
de vanguardia.
Nuestra corriente tiene una larga tradición de lucha contra el
vanguardismo mandelista y contra una de sus expresiones más criminales:
la capitulación a las organizaciones guerrilleras. Esa batalla
es uno de los jalones fundamentales en nuestra trayectoria. Si bien
las actuales guerrillas y fenómenos de vanguardia no son idénticas
a las de la primera época castrista, las conclusiones generales
de esa lucha hacen parte de la tradición y los principios de
nuestra corriente.
9.
Para aplicar correctamente la política de alianzas y toda otra
política trotskista es imprescindible hacer claras definiciones
de clase y políticas de las organizaciones y direcciones que
actúan sobre el movimiento de masas y su vanguardia. El trotskismo
rechaza toda definición de clase que tome en cuenta sólo
una característica o elemento: programa, composición social
de la base, procedencia social de la dirección, forma organizativa,
u otra. Todos estos elementos hacen parte de la definición, pero
las dos características centrales son la dirección y la
política.
El problema de clase de la dirección no es su origen social,
sino si esa dirección se propone construir o no una organización
obrera orgánicamente independiente de la burguesía. Si
se lo propone, es una dirección obrera y su organización
es una organización obrera. Puede ser una dirección obrera
sindical, estalinista, electoralista, sindical-burocrática, sindical-revolucionaria,
bolchevique, pero es obrera. Si se propone organizar a todos aquéllos
que están dispuestos a votarla en las elecciones, o a hacer acciones
armadas, o a cualquier otra cosa, sin importarle la clase social, no
es una dirección obrera, sino burguesa o pequeñoburguesa.
El hecho de que su base pueda ser mayoritariamente obrera, como es el
caso, por ejemplo, del peronismo argentino, no cambia el carácter
de clase de la organización y de su dirección, sólo
la hace más nefasta y peligrosa.
El problema político se sintetiza en la pregunta: ¿qué
le propone esa dirección a la clase obrera? Según la respuesta
a esta pregunta puede ser una dirección obrera de derecha y proburguesa,
como la burocracia sindical argentina, o proburguesa colaboracionista
de clases, como la socialdemocracia, estalinista, clasista centrista,
etcétera... Sólo es dirección obrera revolucionaria
si es trotskista, es decir si levanta el programa de la revolución
socialista internacional, o trotskizante, es decir si es dinámica,
va cada vez más hacia la izquierda, tiende hacia nuestro programa.
De estos dos elementos, el que prima, el punto de partida para toda
definición, es el carácter de clase. Definir a una organización
a partir de una política coyuntural o un programa escrito más
o menos radical es un error grave que nos arrastrará inevitablemente
al oportunismo. Es decir, nos dejará desarmados, a nosotros y
a nuestra clase, cuando esa dirección u organización cometa
la inevitable traición al proceso revolucionario que se desprende
inexorablemente de su carácter de clase no proletario.
10.
Las organizaciones y direcciones guerrilleras no son obreras, sino burguesas
o pequeñoburguesas, por el solo hecho de ser guerrilleras. Su
dirección no se propone construir una organización obrera
en la clase obrera, sino organizar a todos los que estén de acuerdo
en hacer guerrillas, a servir de base a la guerrilla o a apoyar a la
guerrilla. Su línea demarcatoria no es la clase obrera, sino
los individuos de cualquier clase que quieran tomar las armas. Su programa
y su política es hacer la guerrilla.
Las organizaciones guerrilleras son un fenómeno distinto a los
partidos políticos que, eventualmente, hicieron guerrillas, como
fue el caso, entre otros muchos, del PC chino, el castrismo y el PC
vietnamita. Todos ellos eran partidos que, aunque en algún período
asumieron la guerrilla como forma fundamental de lucha, la supeditaron
al partido. Las organizaciones guerrilleras no se supeditan a ningún
partido, sino que ellas supeditan a sus organizaciones y militantes
"de superficie". Cuando las organizaciones guerrilleras desarrollan
una organización "de superficie", sindical o política
entre los trabajadores o la juventud, ella es el brazo político
de la organización guerrillera. La organización guerrillera
no es, pues, el brazo armado de un partido político (obrero o
no), sino a la inversa. Los Montoneros argentinos, por ejemplo, tuvieron
una numerosa Juventud Trabajadora Peronista (JTP) llena de extraordinarios
luchadores sindicales, así como una juventud universitaria, secundaria,
barrial, etcétera. Cualquiera de ellas sumaba muchos más
miembros que los combatientes montoneros. Pero cuando Firmenich dio
la orden de pasar a la clandestinidad y relanzar la guerrilla, todos
esos militantes, sin voz ni voto, acataron la orden y abandonaron a
su suerte a los trabajadores y a la juventud.
Al hacer de la guerrilla un programa y una estrategia permanente, las
organizaciones guerrilleras jamás pueden ser definidas como organizaciones
obreras, ya que, como sostenía Lenin: "[...] el partido
del proletariado jamás puede considerar que la guerra de guerrillas
sea el único medio de lucha, ni siquiera el principal; que este
método debe estar subordinado a los otros, debe guardar proporción
con los principales medios de lucha y estar ennoblecido por la influencia
ilustrativa y organizadora del socialismo. Sin esta última condición,
todos, absolutamente todos los métodos de lucha empleados en
la sociedad burguesa aproximan al proletariado a los diversos sectores
no proletarios, situados por encima o por debajo de él [...]"
(Lenin, Obras Completas, "La guerra de Guerrillas". Moscú,
Progreso, 1983, tomo 14, pág. 10).
Las organizaciones guerrilleras son enemigas de la organización
obrera. No vuelcan sus dirigentes, que muchas veces son extraordinarios
luchadores, a organizar a los trabajadores, a construir en la clase
obrera un partido, un sindicato, un soviet, sino que los vuelcan a organizar
a los guerrilleros. Peor aún, utilizan a la clase obrera, si
intervienen en ella, como abastecedora de combatientes, sacando así
de la clase (y enviando a la muerte) a valiosísimos activistas
y luchadores y debilitando así la organización de la clase
obrera. Y cuando no los sacan físicamente, los sacan de su actividad,
ya que los usan como apoyo, para guardar armas o llevarlas, para hacer
propaganda clandestina a favor de la guerrilla, etcétera; de
esta forma esos luchadores obreros no pueden, por razones elementales
de seguridad, hacer ninguna o casi ninguna actividad de organización
política ni sindical de la clase obrera.
El desarrollo de las luchas obreras puede provocar crisis entre los
activistas y dirigentes de las organizaciones "de superficie"
de la guerrilla que más reflejen a los trabajadores, al constatar
que las órdenes de los "comandantes" son nefastas para
su clase. Esa crisis puede llevarlos incluso a romper con la organización
guerrillera. Es una obligación nuestra intervenir en esa crisis
para profundizarla y ganar valiosísimos individuos o grupos revolucionarios.
Pero eso no nos debe llevar a confundir a la guerrilla con una organización
obrera, ya que es exactamente lo opuesto.
11.
Su carácter de clase pequeñoburgués hace de la
organización guerrillera una enemiga de la movilización
permanente y democráticamente autoorganizada de la clase obrera
y el movimiento de masas. Como cualquier organización pequeñoburguesa,
oscila entre la clase obrera y la burguesía, y pasa de la lucha
más furiosa a las treguas más infames, por ejemplo la
que firmaron los Montoneros argentinos con el gobierno burgués
de Cámpora en 1973 o el M-19 colombiano con el de Betancur en
1982. No educa a la clase obrera en que confíe sólo en
sus propias fuerzas y en la movilización de sus aliados bajo
su dirección, sino que le crea falsas ilusiones de que sus problemas
se solucionarán por la acción de un puñado de combatientes
heroicos. No quiere, bajo ningún concepto la autoorganización
democrática de los obreros, ni del pueblo urbano, ni de los campesinos,
sino que busca encuadrarlos en una estructura militar cerradamente totalitaria.
No les dice a los trabajadores que deben ser ellos quienes tomen el
poder, sino que la apoyen para que sea ella, la organización
guerrillera quien tome el poder. Y, si logra tomar el poder, hace lo
mismo que cualquier organización pequeñoburguesa: instaura
un régimen bonapartista, de férreo control sobre el movimiento
de masas para evitar que se siga movilizando y de un cerrado nacionalismo
opuesto a la extensión de la revolución a la región
y al mundo.
La organización guerrillera es enemiga de la movilización
permanente de las masas, también, porque sus acciones provocadoras
desatan o sirven de excusa para desatar violentas represiones y hasta
golpes de Estado, que cercenan o hacen desaparecer las libertades democráticas
arrancadas por el movimiento de masas y que, para los trotskistas y
para Lenin, son herramientas formidables para la organización
y despliegue amplio de la verdadera lucha de clases.
Por todas estas razones, la organización guerrillera es enemiga
mortal de una estrategia fundamental del trotskismo: la movilización
permanente y democráticamente autoorganizada de los trabajadores.
El trotskismo, por el contrario, aunque nunca eleva a la guerrilla a
forma fundamental y permanente de lucha, la acepta como una táctica
justa cuando, en determinados momentos, ayuda a la movilización
de las masas.
12.
La organización guerrillera es también enemiga de la segunda
estrategia fundamental del trotskismo: la construcción de la
Internacional y sus secciones nacionales. Al sacar de la clase obrera
a valiosos dirigentes y cuadros revolucionarios, al empujar a la clase
obrera a la pasividad vía la espera de los combatientes salvadores,
al provocar la represión y el golpe, las organizaciones guerrilleras
refuerzan el peso de los aparatos contrarrevolucionarios en el seno
de la clase obrera, en primer término del estalinisino. Sacar
a gran cantidad de activistas combativos o revolucionarios del seno
de su clase para llevarlos al monte o a la guerrilla urbana, facilita
enormemente la tarea de todas las burocracias obreras ya que esos mismos
activistas, volcados a la lucha antipatronal y antiburocrática
podrían ser el fermento y dirección de la rebelión
contra la burocracia y su aniquilamiento.
Por estas razones, la organización guerrillera es uno de los
peores enemigos de la construcción del partido. Y cuanta más
influencia tenga en la vanguardia obrera, más peligrosa es como
enemigo. Incluso un partido oportunista de masas es más fácil
de combatir que la guerrilla, ya que, por la presión de la base,
puede verse obligado, por ejemplo, a convocar una huelga general aunque
no quiera. Y con la huelga general la clase actúa como clase,
se templa y renueva el activismo, se hace más fácil construir
el partido. La organización guerrillera, en cambio, puede salir
a una huelga general que nadie quiere, provocando una derrota y mayor
represión, como sucedió en Colombia el 20 de junio de
1986. El partido oportunista de masas deja a la clase obrera y a los
activistas en su lugar, aunque tratando de mantener pasiva a aquélla
y burocratizar o reprimir a éstos. Pero la guerrilla saca a la
clase obrera de su lugar, haciéndola mirar hacia sus acciones
espectaculares, y saca de la clase obrera a los activistas molestos
para la burocracia.
Combatir la política guerrillera es imprescindible para poder
construir el partido. Si la guerrilla tiene una gran influencia en el
movimiento obrero o en su vanguardia, hasta tanto no hayamos destruido
esa influencia no habrá ninguna posibilidad de construir un partido
obrero revolucionario de masas, ni siquiera un fuerte partido de vanguardia,
ya que actuará como un canal de desvío de los activistas
que rompen con la burocracia tradicional, llevándolos fuera de
su clase y apartándolos del partido.
13.
Las
organizaciones guerrilleras son terroristas. En la casi totalidad de
los casos, sus acciones no ayudan al desarrollo de la movilización,
la organización y la conciencia de las masas. La guerrilla hace
una "guerra de bolsillo" contra la burguesía y su Estado,
exactamente opuesta a la guerra civil, en la cual la movilización
obrera y de masas asume formas armadas, guerrilleras (en el sentido
técnico del término), insurreccionales o de guerra convencional
entre ejércitos como fue la guerra civil en Rusia. Las acciones
terroristas de la guerrilla, al ser decididas por su propia cuenta,
provocan confusión cuando no repudio del movimiento de masas.
Al no tomar en cuenta a las masas, las acciones guerrilleras desatan
o sirven como excusa para desatar una represión del régimen
absolutamente desproporcionada con el nivel real de movilización,
organización y conciencia de aquéllas; las masas quedan
inermes, desorganizadas y no preparadas para enfrentar esa represión.
Cada acción de la guerrilla, salvo las contadísimas excepciones
en que, por casualidad, ayudan a la movilización, desorganiza,
desmoviliza y desarma a los trabajadores. Por estas razones, los trotskistas
no sólo no apoyamos esas acciones, sino que nos deslindamos tajantemente
de la guerrilla y denunciamos ante los trabajadores su carácter
desmoralizador, desmovilizador y desorganizador. Nuestra única
obligación de principios en relación a la guerrilla es
defenderla de la represión del régimen burgués.
Las únicas acciones guerrilleras que apoyamos son las que se
ajustan estrictamente al criterio leninista: "[...] que no haya,
en absoluto, 'expropiaciones' de bienes privados; que no se recomiendan
las 'expropiaciones' de bienes del Estado y sólo se toleren bajo
control del partido, transfiriendo los fondos para las necesidades de
la insurrección. Que se recomienden los actos de guerrilla en
forma de terrorismo contra los opresores integrantes del Gobierno y
los elementos activos de las centurias negras, siempre que: 1) se tenga
en cuenta el estado de ánimo de las grandes masas; 2) se tomen
en consideración las condiciones del movimiento obrero local;
3) se procure no dilapidar inútilmente las fuerzas del proletariado
[...]" (Lenin, Obras Completas, "La guerra de guerrillas,
pag. 10/11). Por lo tanto, los trotskistas no apoyamos jamás
en general las acciones guerrilleras y, en particular, las repudiamos
ante las masas en la inmensa mayoría de los casos.
14.
El armamento del proletariado es parte de nuestro programa. Como cualquier
otra tarea, no está planteada en forma práctica sino cuando
el proletariado o sectores importantes de él empiezan a entender
su necesidad y se proponen armarse. Si el proletariado decide armarse,
no hay fuerza en el mundo que se lo impida; y si no está dispuesto
a hacerlo no hay fuerza en el mundo que lo logre. Cuando la agudeza
de la lucha de clases le plantea al proletariado objetivamente la necesidad
de armarse, pero éste aún no lo entiende o no está
dispuesto a hacerlo, el partido no puede ir más allá de
explicarle pacientemente que debe armarse, hasta que lo comprenda y
pase a la acción.
El programa militar del proletariado es opuesto al de las organizaciones
guerrilleras. Estas sostienen que hay que construir un ejército
que se enfrente al ejército burgués; los trotskistas levantamos
los comités de autodefensa en la perspectiva de la milicia obrera,
y el trabajo sobre el ejército burgués para separar a
su base popular de su cúpula contrarrevolucionaria, arrastrar
a la primera hacia el campo de la revolución y, confluyendo con
las milicias obreras, hacer una insurrección, no una guerra de
ejército contra ejército. La necesidad de construir un
ejército sólo se plantea a partir de la constitución
del Estado obrero o de la existencia de una auténtica guerra
civil antes de la conquista del poder, la cual implica la existencia
de zonas geográficas en las cuales ya gobiernan los trabajadores.
Dado que el programa militar de la organización guerrillera es
opuesto a la creación de la milicia obrera, al trabajo sobre
el ejército burgués y a la insurrección, tal programa
y las acciones que la guerrilla efectúa, no acercan al proletariado
a las armas, sino que lo alejan de ellas. La guerrilla es un obstáculo
absoluto para nuestro programa militar trotskista de armamento del proletariado.
Es, en consecuencia, inadmisible, que el trotskismo pretenda "educar"
al proletariado en la necesidad de armarse haciendo propaganda favorable
a la guerrilla y sus acciones. Es, por el contrario, imprescindible
denunciar a la organización guerrillera y sus acciones ante el
movimiento de masas si verdaderamente queremos que los trabajadores
se armen.
15.
Ante el ascenso de las luchas obreras, la guerrilla entra en una profunda
crisis. Tal crisis se hace aún más aguda en las organizaciones
guerrilleras que desarrollan organizaciones sindicales "de superficie".
Los militantes de esas organizaciones se ven sometidos a una doble presión:
la de la dirección guerrillera y la de las luchas obreras, que
actúan en sentido opuesto. Los cuadros sindicales de la guerrilla
se ven obligados a optar entre las necesidades de los trabajadores y
las órdenes de los "comandantes". Esta crisis se hará
inevitablemente más profunda y explosiva cuando la dirección
guerrillera, como cualquier otra dirección pequeñoburguesa,
se pase al bando de la burguesía y/o pacte con el estalinismo,
como no puede dejar de ocurrir por su carácter de clase.
Es una obligación de los trotskistas intervenir en esa crisis,
no para evitarla, sino para profundizarla y desarrollarla. Esto es,
para enfrentar a los militantes sindicales, juveniles, etc. de la guerrilla
con la dirección guerrillera y llevarlos a romper con ella. Sería
no principista incidir en esa crisis planteándole a la organización
guerrillera el Frente Unico Revolucionario, ya que éste es imposible
con una organización pequeñoburguesa. Por el contrario,
tal planteo fortalecería a la dirección guerrillera, a
la que daríamos certificado de obrera revolucionaria. No se podía
jamás lograr que la JTP o sectores de ella rompieran con Firmenich
si nosotros planteábamos hacer un partido obrero revolucionario
con Firmenich.
La táctica para profundizar la crisis de la organización
guerrillera es, pues, la misma que con cualquier otra dirección
burguesa o pequeñoburguesa con influencia entre las masas o la
vanguardia obrera: acuerdos para la acción común en el
terreno de la lucha de clases; independencia completa de nuestro partido
para aplicar una sistemática política de crítica
y denuncia ante las masas de las inconsecuencias políticas de
la dirección guerrillera y de sus métodos nefastos. En
tales acuerdos, los trotskistas debemos privilegiar a los sectores obreros
influidos por la guerrilla, lo que puede plasmar en la constitución
de una tendencia sindical combativa, antipatronal, antigubernamental
y antiburocrática. Nuestra gran lucha es para que estos sectores
dejen de acatar a la guerrilla y rompan con ella.
Una consigna transicional en ese sentido debe ser llamarlos a que exijan
a la guerrilla que se supedite y discipline a la clase obrera, a sus
organizaciones de masas o a la corriente sindical clasista. Esta disciplina
tiene un límite, el de los principios: jamás la guerrilla
puede verse obligada a desarmarse porque así lo decida la dirección
oportunista de una central obrera. Pero si esa central le exige que
no haga más acciones, debe acatarla, salvo que sea en legítima
defensa. Nuestra propuesta sería que la guerrilla sea uno de
los destacamentos armados de la central obrera y ejecute acciones en
función de las necesidades de la lucha obrera y los deseos de
los trabajadores.
Aunque nunca se ha dado que una organización guerrillera acepte
esto, no lo podemos descartar hipotéticamente. Pero ello no ocurrirá,
en cualquier caso, sino a través de una dura lucha interna y
de la crisis y la división de la organización guerrillera.
Los trotskistas debemos ser el polo obrero de esta discusión,
es decir los más clara y enérgicamente enfrentados a la
dirección guerrillera en el programa, la política y los
métodos.
Sólo si tal ruptura se da habrá posibilidades de concretar
un Frente Único Revolucionario con los militantes sindicales
de la guerrilla y el hipotético sector guerrillero que se discipline
a ellos, ya que se habrían transformado en una corriente obrera.
Sin embargo, quedará por ver si son una corriente obrera centrista
cristalizada o si evolucionan hacia nuestro programa, ya que si son
lo primero tampoco hay posibilidades de Frente Único Revolucionario.
|
|