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No se puede usar un azul claro para mostrar la claustrofobia de la cárcel… Fernando Botero Oleos en tonos
opacos: marrones, verdes, grises, grabados a lápiz
con algunos detalles en rojo aparecen en la colección sobre
la tortura en la prisión de Abu Ghraib, en Irak: obras sin nombre,
del pintor colombiano Fernando Botero. Los paisajes de poblados colombianos, hombres y mujeres regordetes, escenas de calles, bares o burdeles, músicos, prostitutas, futbol y corridas de toros quedaron atrás cuando Fernando Botero y el mundo conocieron las fotografías que revelaron los actos de tortura, vejación, sometimiento y humillación ejercida contra prisioneros iraquíes por integrantes de los Batallones 320 y 327 de la Policía Militar y miembros de comunidad de Inteligencia Americana [ 1] de Estados Unidos en la cárcel de Abu Ghraib, ubicada a 20 millas de Bagdad [ 2] . Esta prisión ya era conocida durante el régimen de Sadamm Hussein como una con mayor práctica de tortura en el mundo, con un número elevado de ejecuciones a la semana y viles condiciones de vida 3 para los presos. Fernando Botero indignado “ante las injusticias y la evidencia de una barbarie que no puede tener cabida, en esta época, en el país más rico y poderoso del mundo, un país que se nos presenta como modelo de civilización”[ 4] , decidió pintar una serie compuesta por 80 cuadros que reflejan actos de violencia sin límite, situación que lo hace muy sensible a la injusticia: “…me hace hervir la sangre”, dice el artista [ 5] . La obra presenta atmósferas sombrías, húmedas, con imágenes de hombres desnudos robustos atados de las muñecas, ya sea tras la espalda o a los barrotes de las celdas, todos con los ojos cubiertos por un trapo rojo o verde, encapuchados o con una prenda femenina; se percibe humillación en las posturas grotescas en las que aparecen: de espaldas, hincados, colgados de un brazo o un pie, amontonados unos sobre otros, golpeados, violados con un palo de madera… Es un hombre con los ojos vendados, muñecas y tobillos atados a los barrotes, viste ropa interior roja femenina; otro, con expresión de pánico, está tirado en el piso, ojos tapados, manos atadas y un perro furioso sometiéndolo por la espalda; también están los verdugos mientras golpean, mientras orinan sobre ellos… Anteriormente, Fernando Botero presentó Masacres , colección de 75 obras que plasman las matanzas en Colombia, en ella utilizó una gama de colores que según el autor “marca el contraste entre el horror de la violencia y la belleza del paisaje dulce y atractivo”. En el caso de Irak, mdice, “me parece que se trata de una barbarie intolerable, de prácticas inaceptables” [ 6] . Roma, Atenas y Nueva York fueron testigos de esta muestra en la que Botero utiliza al arte como testigo, como reflejo, pero también como acusador de los crímenes cometidos por el ejército del país más poderoso en este sistema capitalista: “el día en que los periódicos dejen de escribir sobre eso y la gente de hablar sobre este tema, el arte podría servir de testigo permanente del gran delito que se ha cometido […] el arte tiene la capacidad de seguir acusando y espero que ese sea el impacto a largo plazo”[ 7] . Botero utiliza el arte como medio de denuncia, como retrato, como evidencia de uno de los delitos más grandes cometidos contra el pueblo de Irak, invadido por el hambre de poder del gobierno de Estados Unidos, que no contento con matar a miles de civiles, los encarcela acusándolos de criminales comunes, sospechosos de cometer cualquier crimen o de ser líderes de la insurgencia. Los soldados norteamericanos recurren a prácticas que atentan directamente contra las leyes del islamismo, pues para un hombre iraquí mostrarse desnudo frente a otro hombre, es uno de los actos más humillantes y degradantes. La obra de Botero sólo da muestra de “algunas” de las más crueles medidas de represión ejercidas en Abu Ghraib. Las fotografías publicadas inicialmente por el diario New Yorker muestran la realidad: hombres envueltos en plástico hasta asfixiarse, violados, encapuchados, atados, intimidados por perros, amarrados a corriente eléctrica bajo un charco de agua… pero no contentos con esto, los soldados se toman fotografías en las que aparecen sonriendo, orgullosos de mostrar los cuerpos sin vida cubiertos de cicatrices. Fernando Botero, colombiano, pintor, de 73 años, deja testimonio de la masacre, de la injusticia, de la sed de poder, de las peores bajezas de las que puede ser capaz el ser humano, de la realidad del sistema capitalista al que tenemos que derrotar, atacándolo desde todos los frentes. La pintura es pues, un frente de lucha, estético, sensitivo, que nos permite percibir la realidad a través de la mirada. Notas [1] http://www.newyorker.com/archive/2004/05/03/slideshow_040503 [2] http://www.newyorker.com/archive/2004/05/10/040510fa_fact?currentPage=4 o Botero [3] Íbidem [4] http://www.elclarin.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=779&Itemid=62 [5] www.revistadiners.com.co/noticia.php3?nt=24663 [6] Op cit. http://www.elclarin.cl [7] Reuters, 06.06.2005
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