1919,
Revolución o conquista
Polonia
Pluma
3- Verano 2006
Después
de que triunfara la Revolución Rusa en 1917, los bolcheviques
tuvieron que enfrentar fuerzas que buscaban derrotarla. Al interior,
estaban las fuerzas armadas de tendencias zaristas, las llamadas
Guardias Blancas, comandadas por el General Denikin, que iniciaron
una guerra civil; al exterior las potencias europeas capitalistas,
Francia, Alemania e Inglaterra, temían la extensión
del comunismo por Europa, por lo que amenazaban con invadir Rusia.
Lenin
y Trotsky, dirigentes revolucionarios rusos, sostuvieron debates
intensos sobre cómo proteger la revolución soviética.
En el libro de Isaac Deutscher, El Profeta Armado, en el capítulo
"Revolución y Conquista" se relata esta polémica,
en el cual la postura de la mayoría de los miembros del Politburó,
incluyendo a Lenin, estaba contra la de Trotsky. A continuación
se presenta una síntesis de este interesante capítulo.
A
defender la revolución
Los
bolcheviques (en 1919) pensaron que sólo un intenso fermento
revolucionario en el extranjero podría paralizar la intervención
francesa e inglesa en la Unión Soviética. Se vieron
obligados a llevar la lucha al campo del enemigo; y estaban tanto
más obligados a hacerlo cuanto que habían pronosticado
que las clases gobernantes de Europa no se resignarían jamás
a aceptar la Revolución Rusa y ésta, por su propia
conservación, tendría que atacar al régimen
capitalista europeo, que de todos modos estaba a punto de derrumbarse
bajo los golpes de las clases obreras europeas.
Estos
pronósticos no eran infundados: desde noviembre de 1918,
Alemania y la mayor parte de Europa central fueron presa de grandes
convulsiones sociales. En Berlín, Viena y Varsovia los consejos
de diputados obreros existían paralelamente a los gobiernos
socialdemócratas. Los bolcheviques, que contemplaban las
cosas a través del prisma de su propia experiencia reciente,
vieron en esa situación una reproducción exacta de
su proceso revolucionario. Concebían que esos consejos obreros
le permitirían al proletariado alemán tomar el poder
e instaurar un Estado obrero como el suyo.
Aislamiento
del bolchevismo, la peor pesadilla
Pero
los bolcheviques subestimaron la capacidad de resistencia del capitalismo,
su adaptabilidad y el grado de lealtad que inspiraba en las clases
trabajadoras. El fermento revolucionario en Europa era intenso,
pero sólo una minoría de la clase obrera estaba dispuesta
a seguir los pasos del bolchevismo. La mayoría se esforzaba
por arrancar reformas a sus gobiernos y a sus clases poseedoras.
Pero aun en los momentos en los que se manifestaban simpatías
por la Revolución Rusa, no estaban en disposición
de lanzarse por el camino de la revolución y la guerra civil
en sus países, sacrificando en ese proceso los niveles de
vida, la seguridad personal, las reformas que ya habían obtenido
y las que esperaban obtener.
La
tragedia histórica del bolchevismo en su período heroico
fue su negativa no sólo de aceptar este hecho, si no aun
a admitir su posibilidad. Esto reflejaba la incapacidad del bolchevismo
de los primeros tiempos para reconocer su propio aislamiento en
el mundo. Para Trotsky el aislamiento del bolchevismo era ya una
pesadilla demasiado terrible de contemplar, pues significaba que
el primero y hasta entonces único intento de construir el
socialismo tendría que emprenderse en las peores condiciones
posibles.
Esperanzas
y desesperanzas
En
1918, la revolución ganó importantes puntos de apoyo
en Europa central. Hungría y Baviera fueron proclamadas repúblicas
soviéticas, un mes después de haberse constituido
el Comitern de la Tercera Internacional, fundada por Lenin y Trotsky.
Las esperanzas bolcheviques se elevaron: desde Munich y Budapest
la revolución se extendería seguramente a Berlín
y Viena.
Pero tres meses después el viento barrió las grandes
perspectivas y esperanzas. La Baviera soviética sucumbió
a las tropas alemanas, comandadas por general Hoffmann. El terror
blanco se desató sobre las ruinas de la Hungría soviética.
Los obreros de Berlín y Viena vieron con apatía la
represión de las dos Comunas. Estos acontecimientos coincidieron
con el peor período de la guerra civil: la intervención
británica y francesa llegó a su punto culminante,
y Denikin se apoderó de Ucrania y avanzó sobre Moscú.
No
sólo la intervención antisóvietica ganó
ímpetu sin encontrar momentáneamente oposición
de parte de las clases obreras occidentales. No sólo había
perdido la revolución sus puntos de apoyo en Europa central,
sino que aun en Rusia se encontraba en gravísimo peligro
de perder las provincias centrales y occidentales relativamente
ricas y civilizadas, y tener que replegarse a las estepas orientales,
pues sólo allí el desarrollo de la guerra favorecía
al Ejército Rojo.
Contra
la invasión polaca
Antes
de que terminara 1919, los bolcheviques se volvieron esperanzados
una vez más hacia Occidente, habían logrado recuperar
Ucrania y las provincias del sur de la Rusia europea. Los ejércitos
blancos aguardaban el golpe de gracia. La oposición del movimiento
obrero de Europa entorpecía seriamente por fin la intervención
británica y francesa. Sólo las relaciones con Polonia
estaban en suspenso. Francia azuzaba a Polonia para que sirviera
como punta de lanza de la cruzada antisoviética. Pilsudski,
que ya gobernaba a Polonia aunque todavía no como dictador,
adoptó una actitud ambigua. Acariciaba la ambición
de conquistar Ucrania, donde la aristocracia terrateniente polaca
había poseído vastos dominios, y de establecer una
federación polaco-ucraniana bajo la égida de Polonia.
Pero se abstuvo de entrar en acción mientras las fuerzas
bolcheviques luchaban contra las Guardias Blancas, porque sabía
que la victoria de Denikin, de las Guardias Blancas, significaría
el fin de la independencia de Polonia. Sin enterar a los franceses,
que estaban armando y equipando su ejército, negoció
un cese informal con los bolcheviques. Por un momento pareció
que el cese del fuego conduciría a un armisticio y a la paz.
Pero
a principios de marzo los polacos atacaron e invadieron Ucrania.
Las reformas de paz fueron suspendidas o anuladas, Rusia se puso
una vez más en pie de guerra. Trotsky se manifestó
a favor de una política de mano dura con Polonia. El 1°
de mayo de 1920, Trotsky exhortó al Ejército Rojo
a asestarle al invasor un golpe "que resonara en las calles
de Varsovia y en el mundo entero".
La
invasión polaca conmovió profundamente a Rusia, movilizó
a todo el pueblo ruso a defenderse contra la amenaza polaca. La
victoria de Pilsudski duró poco. Unas cuantas semanas de
ocupación polaca fueron suficientes para hacer levantarse
al campesino ucraniano contra los invasores. El 12 de junio los
bolcheviques recapturaron a Kiev, y poco después las tropas
de Pilsudski se retiraron presas del pánico hacia las fronteras
de Polonia.
Hurgar a Europa con la bayoneta del Ejército
Rojo
Durante
junio y julio el Politburó y el Comisariado de Relaciones
Exteriores soviético trataron de descifrar la tendencia de
la política británica. Trotsky intervino repetidamente
en el debate y se encontró en oposición a la opinión
de la mayoría. Lenin sostenía que Inglaterra ayudaba
y seguiría ayudando a los polacos.
Lenin
exigió "una furiosa aceleración de la ofensiva
contra Polonia". A esto también se opuso Trotsky. El
Ejército Rojo ya había reconquistado todos los territorios
ucranianos y bielorrusos. Trotsky se proponía detener al
Ejército Rojo en esa línea y hacer una oferta de paz
pública. Lenin y la mayoría del Politburó estaban
empeñados en continuar la persecución de los polacos
hasta Varsovia y más allá.
Trotsky
sostenía que una oferta de paz pública y clara, que
hiciera evidente que los soviets no abrigaban designios contra la
independencia de Polonia ni ambicionaban ningún territorio
verdaderamente polaco, impresionaría favorablemente al pueblo
polaco. Trotsky argumentó que el avance del Ejército
Rojo hacia Varsovia, sin una oferta de paz preliminar, destruiría
el prestigio de la Revolución Rusa ante el pueblo polaco
y le haría el juego a Pilsudski.
Trotsky
no ignoraba la historia del pueblo polaco, el cual durante casi
siglo y medio había visto subyugado la mayoría de
su territorio por los zares. Hacía menos de dos años
Polonia había recobrado la independencia, solemnemente garantizada
por la Revolución Rusa. Un ejército rojo invadiendo
el suelo polaco, aun cuando fuera por provocación de Pilsudski
y aun cuando marchara con la Bandera Roja, les parecería
a los polacos el sucesor directo de aquellos ejércitos zaristas
que los habían mantenido a ellos, a sus padres y a sus abuelos
en cautiverio. Los polacos defenderían entonces el suelo
natal con uñas y dientes.
Lenin
no compartía esos escrúpulos y aprensiones. Era Pilsudski
quien había desempeñado, premeditada y conspicuamente,
el papel de agresor, mientras Lenin había hecho todo lo posible
por evitar la guerra. En su opinión, tenían el derecho
y deber de cosechar los frutos de la victoria: ningún ejército
victorioso y con un mando eficiente se detiene a mitad del camino
en la persecución del enemigo derrotado casi totalmente;
y ningún principio moral, político o estratégico
le prohíbe a un ejército que invada el territorio
del agresor mientras va persiguiéndolo.
Pero
eso no era todo. Lenin creía que los obreros y campesinos
de Polonia acogerían a los invasores como sus libertadores.
Arrastrado por el optimismo y creyendo que el avance del Ejército
Rojo sería una señal para el estallido de la revolución
en Polonia, Lenin se ganó al Politburó, la dirección
del partido comunista. Pero Lenin apuntaba más alto: Polonia
era el puente entre Rusia y Alemania, y a través de él
esperaba establecer contacto con Alemania. Se imaginaba que en ésta,
también, existía un intenso fermento revolucionario.
Lenin concibió la idea de que la aparición del Ejército
Rojo en la frontera de Alemania podría estimular e intensificar
el proceso revolucionario.
La
retirada del Ejército Rojo
Mientras
más avanzaba el Ejército Rojo, los obreros y campesinos
polacos recibían a los invasores como conquistadores, no
como libertadores. Pero ahora el Ejército Rojo era impulsado
irremediablemente hacia delante por su propio ímpetu, extendiendo
sus líneas de comunicaciones y agotándose. El Ejército
Rojo seguía avanzando, y Moscú era todo optimismo.
Durante esta incursión del Ejército Rojo sobre suelo
polaco, se realizaba al mismo tiempo, el Segundo Congreso de la
Internacional Comunista. Los debates fueron dominados por la emocionante
espera del desenlace militar en Polonia, que le daría un
nuevo y poderoso impulso a la revolución europea. Al clausurar
el congreso Trotsky apareció, los delegados lo saludaron
con una ovación estruendosa. Los delegados lo escucharon
con el ánimo en suspenso, y la magia de sus palabras e imágenes
fue realzada por el hecho de que la batalla, que los delegados suponían
inspirada por Trotsky, se acercaba a su clímax. Sin embargo,
Trotsky se abstuvo de todo alarde, y en el manifiesto no hizo ninguna
alusión a las victorias del Ejército Rojo.
Una
semana más tarde comenzó la batalla del Vístula,
que sólo duró tres días. Al concluir la batalla,
el Ejército Rojo se encontraba en plena retirada. El 12 de
octubre los Soviets firmaron una paz provisional con Polonia.
En
Polonia, los partidos gobernantes estaban divididos. El Partido
Campesino hacía presión a favor de la paz, mientras
que el partido militar de Pilsudski se esforzaba por hacer fracasar
las negociaciones con Rusia. También en Moscú había
división de opiniones. La mayoría del Politburó
favorecía la reanudación de las hostilidades. Trotsky
relata que Lenin, en un principio, se inclinó a favor de
la guerra, pero sólo a medias. En todo caso, Trotsky insistió
en la paz y en la observancia leal del tratado provisional con Polonia;
una vez más se encontró en peligro de verse derrotado
en la votación y reducido al papel de ejecutor obediente
de una política que aborrecía. Finalmente se rebeló
contra esto. Declaro que las diferencias eran tan profundas que
en esta ocasión no se sentiría obligado por ninguna
decisión de la mayoría ni por la solidaridad con el
Politburó, y que si lo derrotaban en la votación,
apelaría al partido contra sus dirigentes. Al final, Lenin
abandonó a la facción guerrerista y desplazó
su influencia para respaldar a Trotsky. La paz se salvó.
Revolución
o conquista
Uno
de los cánones de la política marxista había
sido el de que la revolución no puede llevarse en la punta
de las bayonetas a países extranjeros. El canon se derivaba
de la actitud fundamental del marxismo, que veía a las clases
obreras de todas las naciones como los agentes soberanos del socialismo
y no esperaban ciertamente que el socialismo les fuera impuesto
a los pueblos desde el exterior. Los bolcheviques, y Trotsky, habían
dicho a menudo que el Ejército Rojo podría intervenir
en un país vecino, pero sólo como el aliado y auxiliar
de una verdadera revolución popular, no como agente independiente
y decisivo. En ese papel de auxiliar había deseado Lenin
que el Ejército Rojo ayudara a la revolución soviética
en Hungría, por ejemplo. También en ese papel habían
intervenido esporádicamente el Ejército Rojo o las
Guardias Rojas en Finlandia y en Letonia para prestar ayuda a verdaderas
revoluciones soviéticas que gozaban de apoyo popular y que
fueron derrotadas principalmente por la intervención extranjera,
mayormente alemana.
En
la guerra polaca los bolcheviques fueron un paso más allá.
Aun entonces, Lenin se había convertido en partidario decidido
de la revolución por la conquista. Veía a las clases
trabajadoras de Polonia en un estado de rebelión potencial,
y esperaba que el avance del Ejército Rojo obrara como agente
catalítico. Pero eso no era lo mismo que ayudar a una revolución
real. Cualesquiera que hayan sido las creencias de y los móviles
de Lenin, la guerra polaca fue el primer ensayo importante de la
revolución por la conquista que hizo el bolchevismo.
Lenin
les había inculcado fervorosamente a sus discípulos
y seguidores un respeto casi dogmático por el derecho a toda
nación, pero más especialmente de Polonia, a la plena
autodeterminación. Ahora el propio Lenin parecía repudiar
sus propios esfuerzos y justificar la violación de la independencia
de cualquier nación, con tal de que se cometiera a nombre
de la revolución.
La
idea de la revolución por la conquista fue inyectada en la
mentalidad bolchevique, y allí continuó fermentando
y enconándose. Algunos bolcheviques al reflexionar sobre
la experiencia llegaron naturalmente a la conclusión de que
lo deplorable no había sido el intento mismo de llevar la
revolución al extranjero por la fuerza de las armas, sino
su fracaso.
Trotsky luchó contra esta nueva actitud. Inmediatamente después
de la guerra polaca, advirtió contra la tentación
de llevar la revolución al extranjero por la fuerza de las
armas. La solidaridad que la Revolución Rusa debía
a las clases obreras de otros países, sostenía él,
debía expresarse principalmente en los esfuerzos por ayudar
a entender e interpretar sus propias experiencias sociales y políticas
y sus propias tareas, no en los intentos de resolverles esas tareas.
Revolución
por conquista
Era
tal la fuerza de esta nueva proclividad bolchevique, que no pudo
ser reprimida del todo. Pronto volvió a manifestarse en la
invasión de Georgia por el Ejército Rojo en 1921.
Stalin habían informado sobre el estallido de una insurrección
bolchevique, con fuerte apoyo popular, en Georgia, diciendo que
no cabía duda sobre el resultado de la lucha y que el Ejército
Rojo sólo ayudaría a hacerla breve. El Politburó
aceptó su consejo y apoyó la intervención.
El
levantamiento en Georgia, sin embargo, no gozaba del apoyo popular
que se le atribuía, y el Ejército Rojo tuvo que combatir
enconadamente durante dos semanas antes de entrar a Tiflis, la capital
de Georgia. Al igual que las pequeñas naciones fronterizas,
los georgianos tenían viejos recuerdos de la opresión
zarista. La reanexión forzosa suscitó un intenso resentimiento,
que duró mucho tiempo y se reflejó en la oposición
de los bolcheviques georgianos a la política centralizadora
de Moscú.
Trotsky
continúo repudiando y denunciando en general la idea de la
revolución por la conquista. Pero no encontró justificación
para discutir públicamente las diferencias específicas
sobre Georgia y negarse a asumir la responsabilidad colectiva del
Politburó. Ante el mundo, por lo tanto, cargó con
una porción capital de la responsabilidad por la invasión
de Georgia.
La
relación de entre las intervenciones del Ejército
Rojo a Polonia y a Georgia reflejaba el nacimiento de una nueva
corriente en el bolchevismo. El ciclo revolucionario, que la Primera
Guerra Mundial había desencadenado, se acercaba a su término.
Al principio de ese ciclo el bolchevismo se había elevado
sobre la ola de una revolución genuina; a su término
empezó a propagar la revolución por la conquista.
Un largo intervalo, el bolchevismo se propagó. Cuando el
segundo ciclo se inició, partió de donde había
terminado el primero, con la revolución por la conquista.
(Leda Silva)
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